Saturday, July 24, 2004

Hoyos

Ayer E., yo y con seguridad todos los que nos reunimos un día antes pagamos nuestras respectivas penitencias por el convite nocturno del jueves. A mi me dio por acordarme a media tarde de esas crudas que relataba Bukowski y que parecen cuentos para asustar a los niños, pero valió la pena, no solo porque el nada recomendable Baja Beach me hizo recordar mis andanzas de adolescente por su hermano tercermundista acapulqueño (de nombre Disco, mismo apellido), o por las increíbles ocurrencias de D., mexicana forrada de shaloms y sonrisas a quien también echaré de menos después del lunes próximo, día en que regresará a México con un collar de hazañas, sino también por la presencia del buen P. quien, con Tijuana bien dentro y varios kilos de más, me demostró que el tiempo camina también para atrás y que su desplazamiento cangrejezco te permite reconocer quién eres y cuáles son aquellos hombros en los que siempre podrás recargar la cabeza cuando el peso de la vida te doble. Nos despedimos y como que a los dos nos entraron unas extrañas ganas de llorar, esta vez no por la tristeza de saber que seguramente pasarán varios años para que vuelvan a cruzarse nuestros caminos, sino por la alegría sutil pero profunda que nos regaló el encuentro, uno más de esos que se dan por millares en este puerto que, silencioso, atestigua el constante reciclaje de almas y la forma en que, como hoyos en la arena, nos llenamos para podernos vaciar…  

0 Comments:

Post a Comment

<< Home