Dos catalanes
Creo que no les agrada demasiado la idea de que hable de ellos aquí, pero la verdad es que se lo tienen bien merecido. Y es que ambos guardan una buena historia bajo el brazo, relatos que uno preferiría beber de un sorbo y no a cuentagotas. Cuando hablan de Gracia, su barrio, se les iluminan los ojos de una manera especial, como si con tan solo mencionar ese nombre se invocara un millar de revoluciones, las perdidas y las ganadas, las peleadas con armas invisibles en batallas ciegas, y las condenadas a llevarse por dentro también. Y después, cuando las miradas dejan de disparar y la charla retorna a la tranquilidad, la emoción, apenas apaciguada, vuelve a la carga con cualquier pretexto, ya sean los monumentos silenciosos de Roma, un manojo de recuerdos de la Cuba rota o las delicias escondidas dentro de un tarro de mantequilla francesa. La leyenda cuenta que seis alemanes los adoptaron, o quizá fue al revés, da igual, lo cierto es que dicha unión posee más cohesión que un matrimonio arreglado entre reinos medievales. Y es que sí, C., en efecto, “la vida está llena de desencuentros”, pero también de encuentros… y yo ya los encontré.
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