Fin de Capítulo
Pensé que al tiempo, cuando el sosiego me atrapara por los pies, te dedicaría unas líneas. "Después de mi cumpleaños, serás lo que más merece la pena. Lo que me regresará a escribir", te prometí al tiempo que guardaba lo más que podía en la gaveta gris. Te observé desde el que era mi balcón en la última madrugada. Tabaco en labios, a la Humprey Bogart, meneando las manos como tiranosaurio-rex en celo, y consciente de que por fin estábamos a solas, te supe decir adiós como los grandes, sin derramar una sola lágrima. Nunca pensé que nuestro romance duraría tanto. Dos años y medio de relativa estabilidad es demasiado para una "mina de gambas abiertas", para una casquivana de tres duros, para una puta que se dobla en cada esquina por amor, risa o dolor, por enfermedad o envenenamiento, pero se dobla. O por lo menos así pensaba de ti cada vez que te ponías exigente. Cada vez que me arañabas la cara y el alma. "No, no va por ahí profesor", te cansaste de repetirme a cada primavera que se hacía verano y luego invierno pero al final, ya que me veías cansado, ya que te percatabas de que estaba a punto de arrojar la toalla ensagrentada, te volvías a poner el tutú azul o los ligueros anaranjados o el corsé de varilla francesa y abrías las piernas de nuevo, llevándome con suavidad al centro del todo o de la nada, que suelen ser la misma cosa. Si por mí fuera, me hubiera quedado dormido en tu sexo imposible e invisible para siempre. O no. Qué puedo decirte ya si al final lo que tuvimos merece al menos una canción, o un poema, o una película de bajo presupuesto con los créditos llenos de erratas. ¿Debo agradecerte? ¿Debo perdonarte? ¿Debo invocar tu piel con cada tristeza que tengo por delante? Quizá haga un poco de todo a ratos. Tal vez lo hago ya. Cada vez que pronuncio tu nombre y te dedico un simple y mecánico Adeu. O un hasta luego, si el castellano te viene mejor.
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