Pedrito
Extraño. Hace poco menos de una semana y como para que mi lista de sucesos curiosos en Barcelona continúe en aumento, mis dos amigos catalanes pronunciaron un nombre que me arrancó de mis pensamientos, mismos que en ese preciso instante trataban de reconstruir el asalto que mis compañeros del grupo y yo sufrimos siendo adolescentes en manos de un tal Blacky, quien además de mil pesos de ese entonces también se llevó lo poco que aún nos quedaba de ingenuidad (y de dignidad también). Y es que solamente un apelativo como Pedro Infante y la manera en que su invocación suena en el aire podría transmutar el relato de una pesadilla urbana cualquiera por un cúmulo de recuerdos amables. ¿La razón? Justo antes de que considerara que las tardeadas en el News serían lo único que me abriría las puertas a un mundo nuevo y claro, muchísimo tiempo antes de que terminara transformándome en un vampiro nocturno que creía que lo mejor era vaciarse cada fin de semana para volver a completarse al siguiente, la paz sabatina existía, era real y, de hecho, muy simple: consistía en cenar en la cama mirando ese universo en blanco y negro que el Ídolo de Guamúchil dibujada con cada diálogo, con cada canción, con la construcción de cada personaje. Y es por eso, quizá por esa tranquilidad absoluta que alguna vez me brindó y que con el paso de los años pocas veces he podido volver a sentir, que me da por escarbar con uñas largas la memoria y desenterrarlo con todo y sombrero, ridiculeces y estereotipos. Finalmente se lo merece… por lo menos mucho más que aquel Blacky, a quien le deseo peor suerte que la de Pepe “El Toro”.
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