El Regreso
Justo ahora me encuentro esperando a que Nico, un amigo italiano al que, si me va bien, veo cada año, toque con su índice importado de Turín la puerta de mi casa. Mientras, pienso, o creo que pienso, o quiero pensar que pienso en el año que acaba de pasar y que todavía, a ratos y sobre todo por las noches, me sigue mordiendo los tobillos. Quiero creer que, como siempre, eso de los propósitos de año nuevo es una estupidez hermosa, como la figura de un arlequín en la cumbre nevada de un pastel, y que la semana que acaba de celebrar un rápido funeral ha sido una de las mejores de mi vida. Pretendo aprender a maldecir en alemán y regresar a estas palabras rotas y seguir llorando por el frío y con el frío hasta agotarme. Me gustaría que mi México quebrado dejara de sangrar tanto y que también le pare la hemorragia a este mundo. Y quisiera seguir aquí, sumergido en estas letras que son como hormigas o como negativos de imágenes de mi vida o como las sombras de los dientes de un viejo, pero me voy. Un dedo índice, importado de Turín, toca a mi puerta, y la noche de hoy es demasiado hermosa como para hablar de esa pequeña existencia que a todos, que a varios, nos fue arrebatada por un tsunami del tamaño de un infierno. Por eso quiero terminar pensando que desde hoy y para siempre, a los infiernos habrá que apagarlos con fuego
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