Thursday, October 21, 2004

Fantasmas distantes

Hoy el escritor muerto salió de su tumba para hablarme al oído, para mostrarme cómo su fantasma larguirucho e inquieto se cagaba de risa de ese afán, que se nos da tan bien a los latinoamericanos, por tirarnos al drama y fabricar tragedias con cartón y papel, para decirme que no está bien llorar siempre y de todo como puta desairada y página en blanco, y también para burlarse de sí mismo, de su sombra, igualmente larguirucha e inquieta. Por Dios que lo vi. Es más, en estos momentos y sin testigos, porque no tengo o no los necesito, pongo sin miedo mi mano sobre su novela rota para evitar el infierno de los mentirosos, y jurar con cada uno de mis huesos que pude escuchar cómo respiraba, cómo se movía, cómo su carcajada atorada hacía eco en los rincones de esa sala en donde unos cuantos inocentes lo invocábamos. En cierto instante, creí ver su nariz aguileña asomándose por la puerta del aula, golpeando el cristal con la misma intensidad de un pájaro carpintero, embarrando su lengua larga y pastosa en el filo de la madera, todo por restarle el máximo de solemnidad al recuerdo de sus pasos largos y atropellados.
Si no me equivoco, aunque de esto no estoy tan seguro, creo que todavía nos siguió a varios hasta el penúltimo bar en el que apuramos una cerveza. Puede que me fallen los sentidos y el tipo que nos observaba sin parpadear desde la mesa contigua no era él sino un enviado, su hermano inexistente o un primo que adolece de la misma fisonomía desguanzada. Da igual, lo cierto es que tampoco consideré necesario el invitarlo a casa, después de todo es de los que prefieren aparecerse sin previo aviso.
Juan Villoro tiene razón: Los fantasmas nunca mueren…

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