Tuesday, October 05, 2004

Diario de Chacón. Día 0

Han tenido lugar varios días de silencio en estas últimas semanas, lo sé, pero también tengo plena conciencia de que, a diferencia de otras ausencias, crueles y usualmente inesperadas, se trata de un silencio que no mata. También sé que tengo una lista enorme de cosas por contar en esta página, extraños e inusuales acontecimientos que me han sucedido, emocionantes reencuentros surgidos dentro esta inesperada noveleta que se rescribe a diario y que, desde mi humilde punto de vista, merecen ser expuestos en esta convención de risas y melancolías cojas. Su tiempo llegará pero no será hoy. ¿La razón? Es culpa de L., una mujer de unos 32 años a quien recién conocí, hija de andaluz y catalana y quien, dotada de una mirada que parece arrebatada a un asesino a sueldo, supo de mí por A., un amigo mexicano que tenemos en común. Pues bien, desde la primera vez que nos encontramos, en un convite en el que la presencia de una botella de Don Julio fungió como el mejor de los pretextos, L., sin dejar los ojos de desconfianza a un lado, se acercó a mí dando hipérbolas por el cuarto hasta acabar a dos centímetros de mi oído para que nadie la oyera: “Este A. me dijo que escribes o algo parecido (sic), y tengo algo que puede interesarte”. Sin decir más nos citamos para el día siguiente en una de las cafeterías que cercan la Rambla del Raval. Allí, nuevamente observándome como si fuese uno de los sospechosos del 11-M y después de que realizáramos infructuosos intentos por encontrar un tema en común, sacó de su bolso una pequeña libreta, cuyas maltratadas carátulas la hacían parecer el original de algún ideario anti franquista, o por lo menos eso fue lo que pensé en ese momento. “Es un diario”, me confesó casi gritando, “el diario de un mexicano con el que compartí piso por unos tres años a mediados de los noventa. Su nombre era S. pero él pedía que lo llamáramos ‘Chacón’. Era un tío majo pero algo extraño. Muy cortés, sí, como suelen ser todos vosotros, pero no hablaba gran cosa de su vida y nunca le conocí amigos. No llevó nunca a nadie al piso en los tres años que vivimos juntos. Y pues resulta que un día el tío simplemente se marchó sin decirle a nadie. Cogió algunas de sus cosas pero dejó la mitad, entre ellas esta libretilla que supongo olvidó por error. No lo he vuelto a ver ni sé nada de él, y dudo que regrese, o por lo menos tengo esa impresión después de leer las páginas finales del diario. Y nada, lo he ojeado y me parece que tiene cosas interesantes. Te lo presto por un tiempo pero no te confundas, lo hago por el aprecio que le tengo a A. y no por otra cosa. Espero que te sirva”. Y así, sin decir más simplemente nos despedimos. Esto habrá sido hace poco más de tres semanas, justo cuando mis queridos P. y J. llegaron de visita, y no fue sino hasta hoy que he tenido el tiempo para hojearlo con calma, lo curioso del asunto es que, para mi enorme sorpresa, se trata de un documento descarnado, una oleada de confesiones que no conceden tregua a nada ni a nadie, ni siquiera a sí mismo. Probablemente no sea lo más correcto o prudente, pero he decidido que vale la pena compartirles algo de lo que “Chacón” (apodo inventado, por supuesto), imprimió en estas páginas, más que por morbo o simple afán de chismorrear, porque considero que retrata con fidelidad algunas las regiones más corruptas y virtuosas del alma humana, mismas que casual y causalmente suelen evidenciarse en mayor grado en quienes han hallado en el autoexilio la única salida. Así pues, mañana empezaré la elección de las anécdotas más interesantes, las reflexiones más ácidas y los comentarios más suspicaces de “Chacón”, y alternaré sus pedazos de memoria con los de la mía, quizá en afán de encontrar algún equilibrio o buscando que éste simplemente desaparezca. Ya el tiempo lo dirá.

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