Sunday, September 05, 2004

Dios se sentó a descansar

Sin hablar al pedo, como diría mi nuevo amigo uruguayo J.F., fue con seguridad un domingo el día en que, de pequeño, concluí que la mejor manera de evitar los primeros lunes de regreso a la primaria era escondiéndome bajo la cama. Sobra decir que la persona que sin falta me descubría a cada intentona (sin necesidad de ir más lejos y dando paso a la obviedad: mi madre), era la misma que también los domingos, entregada a una rutina que gozaba del expreso beneplácito de mi progenitor, colocaba uno tras otro acetatos de Emmanuel y José José en el estéreo, con lo que melodías como “Amor Amor” y “Con olor a hierba” se convirtieron en la invariable música de fondo que acompañó, por años, esa terrible e inevitable ansiedad que lo atrapa a uno en la infancia cuando deja los deberes escolares para el último momento. De esta forma frases como “Todo se derrumbó dentro de mí” o “Buenos días amor, ¿hoy qué tiene tu cara?”, eran introducidas a empujones en aquella cabeza que se rompía a pedazos por resolver la primera división con decimales. Fue un domingo también, la vez en que, justo después de descender con habilidad magistral por la resbaladilla azul que ocupaba casi la mitad de nuestro patio, me di cuenta de que mi peor miedo, a diferencia de otros chicos de mi edad, no eran los monstruos del clóset o la aparición de un diablo panzón en la sala de estar: mi peor miedo, durante ese lapso de tiempo que a alguien se le ocurrió llamar infancia, siempre consistió en ser robado, en que me secuestraran, en que me alejaran sin que las súplicas o los gritos sirvieran de algo, de lo que en ese entonces conformaba mi micro universo: mi madre, mi padre, mis juguetes, mi casa… mi niñez. Sin duda fue después de haber llegado a esta última conclusión que los domingos, a fuerza de baladas románticas y operaciones matemáticas que de por sí ya les habían dado el grado de tenebrosos, pasaron al nivel de insoportables. Días grises y negros en los que a la angustia, fantasma de pasos ligeros y casi imperceptibles, le da por seguirlo a uno a todas partes. Quiero pensar que por eso hoy y sólo hoy, dejaré que esa sensación haga de las suyas conmigo, deseando con todas mis fuerzas que mañana sea distinto, que en unas cuantas horas ya no recuerde, ya no me horrorice al constatar que, por razones que no entiendo ni entenderé, alguien, algunos, sin saberlo y sin merecerlo, se apropiaron del peor de mis temores infantiles. Quiero suponer que una sola cama enorme e invisible fue suficiente para esconder a una centena de niños eslavos que, sin ser descubiertos, fueron simplemente vencidos por el sueño…

1 Comments:

Blogger Jorge Pedro said...

esta mañana te mandé un correo eterno. saludos.

2:34 PM  

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