Sunday, September 19, 2004

Amárrate una escoba y vuela lejos,
aunque no puedas,
aunque te mueras…

Amárrate, Caifanes


Hace unas horas todo me supo un poco como si hubiese amanecido en una mañana tranquila de los noventa, cuando todavía la mayor preocupación de muchos de nosotros consistía en hacer una interpretación propia y certera de las crípticas letras de los Caifanes. Entonces todavía nos llenaba de orgullo sabernos anacrónicos y nos daba por asegurar que las mejores rolas de los Beatles eran las más pachecas, como Lucy in the Sky with Diamonds y I am the Warlus. Una guitarra forrada de los únicos tres acordes que alguno sabía eran suficientes para cantar la “Gloria” de los Doors y la foto de una quinceañera guardada en la cartera era el tesoro más valioso. Queríamos “hacer ruido”, ser rock stars, poetas o locos y tragarnos al mundo. Hubiésemos dado la vida por convertirnos en un personaje de algún relato de José Agustín y aquella frase escondida en algún libro de José Emilio Pacheco: “Antiguos compañeros se reúnen, somos aquello contra lo que luchamos, a los veinte años…”, nos daba vueltas en el estómago a la vez que nos provocaba carcajadas aisladas. No cabían las posibilidades de cambiar, de transformarnos, de ceder, de rompernos… Fueron cinco minutos matutinos, trescientos segundos lentos que se me metieron por las uñas y el pelo, por las cicatrices y las aletas de la nariz. Y fue algo tan hermoso como sentir el viento en los párpados en un escape nocturno. Y es que los escapes nunca se hacen de día, que para eso también fueron hechas las noches…

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