Enemigos
“Lo que me alimenta es lo que me mata”, estaba escrito en la camiseta hecha jirones que llevaba la punketa frente a mí, como para sacarme de una vez por todas de cualquier duda que pudiese tener con respecto a la posición que estos elementos humanos juegan en las calles y plazas de Gracia. Y es que los “pankis”, como les llaman acá, siempre duros, malencarados y, curiosamente creo que también tímidos, son ya tan inherentes al barrio como las estatuas, las terrazas y el inconfundible olor a tabaco, sudor y hash que reina en el ambiente. Sin embargo, mi mente no se limitó a tratar de descifrar qué demonios pretendía informar aquella frase que la rubia ruda presumía desde su esquelética espalda. Me pregunté cómo sería una plática entre ella y alguno de esos individuos que José Agustín alguna vez acertadamente bautizó como “punks aztecas”: ¿Qué pasaría si esta nena indomable se introdujera durante alguna noche sabatina por los más recónditos rincones de la Rojo Gómez? ¿o de Neza? ¿o de los abandonados llanos de Santa Fe? ¿Se daría un entendimiento inmediato entre los punks separados por un océano y tantas cosas más? Me mata la curiosidad por saber si existe una especie de ideario “punk” a nivel internacional. Si está bien, por ejemplo, que los rebeldes del primer mundo se rasuren la cabellera a lo mohicano con una aséptica navaja mientras que los mexicanos se tengan que limitar al uso de un pedazo de vidrio para dejar al tiro su inconfundible look. Y es que llevo cargando tal número de confusiones al respecto que en verdad me encuentro intranquilo, tal vez porque no puedo sacarme de la cabeza la imagen del primero de estos peculiares sujetos con los que me encontré en mi existencia. Recuerdo que caminaba por el mercado del Chopo, tratando de intercambiar algunos discos “basura”, producto de mi periodo oscuro (adolescencia fresa) y entonces lo vi: Allí, recargado en uno de los puestos del Chopo y apropiándose de una postura tan gallarda que hubiese reducido a Arturo de Córdova al nivel de tipo simplón, este huey tlatoani arrebatado de una pesadilla de Cortés se dedicaba a gritar de cosas a cualquiera que se le quedara mirando. Yo, como no queriendo la cosa, ubiqué una especie de palco callejero para poder observarlo con detenimiento. Poco me duró el gusto porque, pese a su notable borrachera, parecía tener ojos por todos lados, al punto de que tan solo tres minutos después ya me había convertido en el objeto de sus insultos: “Pinche güerito, ¿qué me ves? Te voy a partir tu madre” Quizás a raíz del susto mi complejo sistema cerebral decidió borrar su cara de mi mente, no así un pequeño pero llamativo detalle de su indumentaria: el incontable número de svásticas que llevaba parchadas a la espalda y costados de su chamarra, mismas que probablemente son el origen de mi cuestión más profunda: ¿Por qué en una de las pintas más recurrentes de Barcelona se lee: “Nazi muerto, punk contento”? ¿Quién, al final, es el enemigo de quién? ¿Los alimentos, los nazis o los güeritos mirones?
2 Comments:
jeje, interesante disertasión sobre los punks. a la fecha yo tampoco logro entender esa obsesión que ostentan por la swástica, me pregunto si sabrán que su orígen es hindú?
saludos :D
atte. kinema
dimension24.blogspot.com
Muy buena reflexión... creo que el "racismo" o discriminación no es unilateral... además de ser horizontal, fluye de lado a lado... rechazamos a quienes son diferentes. Somos horribles...
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