Friday, October 15, 2004

Nada es para siempre

El domingo pasado murió Cristopher Reeve. Supongo que el cielo a donde fue a parar es parecido a esa construcción, mezcla de cristales traslúcidos tallados como diamantes, en donde el Supermán que encarnaba encontraba el refugio, la paz, el añorado anonimato absoluto. O tal vez no, puede ser que esa peculiar mansión erigida en medio de un desierto helado sea más semejante al infierno, puesto que a cualquier lado que se mire solamente se podrá encontrar la imagen de uno mismo, sola, triste, llorando, cansada de hacer movimientos que son duplicados por otros Yo ad infinitum. Aunque probablemente no sea ni una ni otra cosa o, peor aun, un poco de ambas, lo que convertiría a ese sitio en una clara representación del purgatorio. Sí, un purgatorio inacabado e inacabable en el que la esperanza es un sueño vago pero existente y lo único que puede flotar en el aire es una melancolía bruta, desnuda, descarnada. En lo personal, cada vez que escucho el segundo disco de Sigur Rös, no puedo evitar que mi mente vuele y se incruste como un cristal más en ese purgatorio, en ese limbo en donde la soledad sabe a nieve y los recuerdos a mariposas congeladas. Con un poco de suerte o infortunio, algún día pararé allí y le preguntaré a Reeve cómo fue trabajar con Brando, cuántos botes de vaselina eran vaciados para modelar su peinado y si le fue posible encarar con valentía su lado femenino después de sentir el dulce tacto de unas mallas sobre sus peludas piernas. Y si lo encuentro de buen humor y sin silla de ruedas (espero que por lo menos le levanten este castigo), haré todo por convencerlo de salir un poco de nuestra fría cárcel y buscar al monstruo de Frankenstein, que con seguridad rondará cerca, masticando torpemente sus penas, creyendo que desaparecerán cuando se deslicen a su cicatrizado sistema digestivo. Sí, no estaría mal nada de esto, o por lo menos tengo la impresión de que la experiencia me proporcionaría algo de sosiego y estaría más tranquilo que justo ahora, momento en el que no puedo dejar de preguntarme qué se puede esperar de este mundo después de que, contra todos los pronósticos, incluso el imbatible Supermán ha muerto.

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