Berlín
Justo antes de salir de aquí, de esta Barcelona que, por razones que desconozco del todo, se empezó a vestir de forma un poco insípida, con trajes grises y sombreros de señora gorda y corbatines de rombo y suéteres de César Costa, me dio por cuestionar esa extraña relación, más de cómplices aturdidos que de verdaderos compinches, que tienen los gatos con los escusados. El felino que habitó por unos meses esta casa, tenía la extraña manía de no agotar su inquietante mirada hasta que los remolinos de agua terminaban su aséptica tarea, como si esperara una respuesta o como si fuese a dirigir una pregunta, o quizá como si con esa labor asegurara la permanencia de sus siete vidas. Y fue así que durante el vuelo a Berlín no pude meditar en otra cosa más que en esos círculos de agua y en esos ojos de gato que nunca se cansan, y de allí, como tras salto cuántico, pensé en mis miedos que nunca supe si, de ser posible, serían de los que se resbalarían por la porcelana hasta perderse en un infinito imposible, o quedarían perennes del otro lado, incrustados en un par de pupilas que se abren y se cierran como alas de mariposa y trompos rotos. Después de una semana no ha habido grandes cambios, la duda sigue y mis miedos, al igual que los de los perdedores y fracasados, y como la de los exitosos y la de los niños frente a resbaladillas afiladas como dientes, no se deciden a saltar al vacío o asumirse como glóbulos oculares que serán auscultados y limpiados hasta el fin por garras peludas. Sin embargo, ahora tampoco me importa demasiado, no después de nadar por el jugoso frío de esa Berlín en la que tantos y tantos miedos se han sumado en ecuación incomprensible, críptica. Por eso allá no tuve otra que considerarme una cifra más, adherir mis temores a los que revolvieron por algún tiempo los estómagos de miles de rostros pálidos y cabellos rubios, los mismos que sacudieron las entrañas de Kurt Weill y Bowie y Reed, los que en silencio se estacionan en el vientre de Eva Reichert, los que precisamente ahora siguen saltando, jubilosos, como si el viaje les hubiera sentado bien, entre mi páncreas y mi hígado. Entre tanto movimiento, hasta pareciera que hemos logrado una pequeña reconciliación… por lo menos por el momento.
Danke
Danke
3 Comments:
Un par de piedras muy pequeñas conservo de aquel muro de concreto, arrancadas con esfuerzo de abrelatas y golpes vanos en su mayoría. Quisiera poder lacerar otros muros que me vienen a la memoria, como el de la frontera norte de México, por momentos el de Pink Floyd, y varios más que se alojan en el esternón.
no olvides a iggy, chuy. saludos.
ke pedo JP... le comentas cada post al españolete o ke rock?
digo, el muchacho de satélite está guapo, pero no te azotes... déjanos algo mjmjmj
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