Rolando Borges (I)
Yo no conocí a Rolando Borges. M., mi amiga andaluza, sí que lo hizo y por su mirada, o por esas palabras que no se dicen pero que cuelgan del aire, concluí que fueron amantes por un tiempo o que por lo menos se acostaron un par de veces, más por vencer el aburrimiento o proporcionarse calor en aras de contrarrestar el inclemente frío barcelonés de invierno, que por verdadero deseo. El amor ni lo menciono pues M. me dejó muy en claro, por la manera en que saltaban sus ojos a cada rato que decía “Rolando”, que lo que sentía por él apenas podía considerarse estima, como la que se guarda por los amigos de los que uno, al cabo de los años, apenas y recuerda sus nombres. Pues bien, el tal Rolando Borges era mexicano aunque le gustaba decir que era de El Salvador o de Guatemala cuando se cruzaba con otros mexicanos, sobre todo si eran turistas o estudiantes, pues renegaba de esas hordas de “chiles bípedos y patéticos fresas y pinches moterreyenos ojetes y chilangos de mierda y jalisquillos mamones de cagada”, que según M., era la manera en la que el tal Rolando clasificaba a la media del mexicano que suele venir a Barcelona, y a la que también señalaba como perteneciente “a la clase a la que algún imbécil alguna vez se le ocurrió adjetivar como ‘pudiente’, que no es otra cosa que nenes de papi que arriban a Barcelona a contaminar con sus cerebros de cacahuate las Ramblas, las discotecas y los postgrados”. Curiosa y paradójicamente, M. me aseguró que Rolando era millonario o algo parecido pues, según ella, su cartera siempre se encontraba saturada de pesetas y euros justo en el año en el que empezó a introducirse el cambio monetario en España y además, durante los cuatro meses en que vivieron en el mismo piso, no sólo nunca trabajó, sino que se sumergió con ganas en la vida nocturna catalana, en la cual se puede prescindir de cualquier cosa menos de una considerable cantidad de pasta, de varo, de lana, de guita, de plata. Al parecer, Rolando gustaba de ir sin compañía alguna a los bares y discotecas más costosos de la ciudad, y cuando se aburría o cerraban los locales hacia altas horas de la madrugada, se marchaba con algún tipo que estuviese tan briago como él a algún putero del Raval o a bares de poquísima monta que, me aseguró M., Rolando decía que le recordaban a las pulquerías que frecuentaba con su amigo de toda la vida, un tal Walter, y que se localizaban en aquellos pueblos perdidos de México que, como surgidos de un sueño lisérgico o una mala broma, en ocasiones pueden hallarse en medio de los fraccionamientos más ostentosos y caros, como si estos últimos fuesen una mancha voraz o una tintorera feroz que se agotó justo antes de dar la dentellada fatal. La cosa es que, sin querer abundar demasiado en detalles, me aclaró M., un día Rolando regresó como a las siete de la mañana o quizá un poco antes y la despertó, o más bien, la sacudió como si quisiera librarla de un ataque de tos o como si quisiera invitarla a bailar y ella estuviese demasiado borracha o distraída. M. me dijo que en un principio se molestó muchísimo, pues justo había pasado una pésima noche en la que una serie de pesadillas, una tras otra, como si se tratase de un jodido concurso, me juró, no la habían dejado conciliar el sueño sino hasta muy tarde. Lo cierto es que toda esa furia contenida producto del desvelo se evaporó como agua a fuego alto justo a la tercera sacudida, cuando se talló uno de los ojos y vio el rostro palidísimo de Rolando, quien no dejaba de repetir: “Ayúdame M., la cagué, la cagué, la cagué”.
Continuará...
Continuará...
6 Comments:
¿Y qué pasó entonces? ¡No nos dejes en suspenso Chuy!
Este sí que no me lo pierdo...
No sabía que se te daba el suspenso ca'on. Lo que sí es que este Rolando describe perfectamente a cierta banda que ha tomado Barcelona como el mejor destino del estudiante extranjero, daba mucho coraje encontrarse a ciertos paisanos culeros por allá. Y mira que no estoy discriminando, es simplemente el síndrome chilango que no nos deja.
Y aunque yo también terminé estudiando allá, te consta que al irme no tenía ni puta idea de qué diablos pasaba en Barna, ni de el estilacho de vida que se goza por alla. Fue un bello descubrimiento.
¿el rolando ese odia tanto a la gente?, ¿o sólo a los mexicanos?
seguro sólo a los mexicanos
Una de dos: se perdió o nos la está haciendo de emoción...
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