Saturday, July 09, 2005

Dos Fábulas (y una respuesta)

La primera está al alcance de cualquiera que, arrullado por las faldas de un domingo insípido, se decida por alquilar The Crying Game. En esa película, Jody, interpretado por el incomparable Forest Whitaker, actor que me cae tremendamente bien no solamente por el brutal registro que posee, tan grande como su tamaño, sino también porque, al igual que Thom Yorke, tiene un ojo gacho e indeciso, lo que le da un aire situado entre la ternura y lo siniestro. La cosa es que en cierta secuencia del filme, Jody, amarrado y con una capucha tapándole el rostro, le pide a Fergus (Stephen Rea), miembro del E.R.I que acaba de secuestrarlo y que es más bien un personaje gris, casi cobarde, que le levante un poco la capucha para respirar. Fergus, luego de bailar un waltz con la indecisión, finalmente cede y entonces Jody, entre exhalaciones e inhalaciones agitadas le avienta al otro rostro, al descubierto, un pequeño relato que yo y mi deficiente memoria trataremos de no desmerecer: “Había una vez un sapo que estaba en la orilla de un estanque. De repente, se acerca a él un alacrán y le dice: ‘Amigo sapo. Tengo que cruzar al otro lado del estanque pero la verdad es que no sé nadar, así que te pido que por favor me cargues hasta allá. Sabré agradecértelo’. El sapo, naturalmente desconfiado, le replica: ‘Con gusto lo haría, amigo alacrán, pero tengo miedo de que me piques’. El escorpión, con la indignación embarrada a manera de barniz por sobre sus múltiples ojos, todos diminutos, le contesta: ‘¿Acaso estás loco? De ninguna forma haría algo así, ya te dije que no sé nadar’. Así pues, el sapo, luego de pensárselo un par de segundos, acepta con desgana el encargo. El alacrán se monta entonces en su lomo mientras que el sapo se sumerge a medias en el agua helada y estira pacientemente sus ancas. ‘Qué bueno es esto de hacer un favor’ habrá pensado el sapo con cada brazada, o tal vez no meditaba en nada más que en sus movimientos, lo cierto es que justo a medio trayecto siente algo en su barriga. Es una punzada, un dolor como el de la cabeza de un alfiler que se transforma en miles más, en mínimos toques eléctricos que comienzan a adormecer sus prominentes cachetes, su lengua larga y rasposa, su abultado cuerpo. ‘Pero amigo alacrán, ¿Qué demonios has hecho? Ahora moriremos los dos. Nos arrastrará la corriente y nuestros cadáveres serán devorados por las aves y los peces, o se estrellarán contra las rocas, desapareceremos. ¿Por qué demonios no cumpliste con tu palabra?, exclama el sapo con total desesperación. Pero parece que el escorpión no lo ha escuchado. No responde, no abre sus horribles mandíbulas. El cuerpo grande se hunde por completo, lentamente, lo más probable es que sus inexistentes oídos no hayan escuchado una frase, una solicitada respuesta que el cuerpo pequeño parece haber guardado nada más para sí mismo: ‘Lo siento. Es mi naturaleza.’
Bastantes años antes de que The Crying Game escandalizara a tantos presentando un peculiar falo en las pantallas, un adolescente ingenuo pierde el tiempo, o más bien lo entierra en uno de los rincones del patio de su casa de un piso. Es probable que todos sus esfuerzos estén destinados a elucubrar qué será de su vida dentro de diez o quince años. Su padre lo llama a lo lejos, desde un cuarto del hogar en donde solamente habitan pinceles y lienzos. Hablan. Filosofan. El padre, rascándose la barba larga con el dorso de la mano, como los gatos, recuerda algo. Un historia. Un relato. Sabe que es el momento de contárselo al niño, al adolescente que elucubra sin parar en fabulaciones carecentes de sentido, quizá: “Había una vez un sapo que estaba a la orilla de un estanque. De repente, se acerca a él una luciérnaga y le dice: ‘Amigo sapo. He volado incansablemente y estoy sumamente agotada, y la verdad es que tengo que llegar a mi nido que está del otro lado del estanque, pues mi familia me espera. ¿Me podrías llevar hasta allá? La vida te lo recompensará’. El sapo, sin pensárselo demasiado, acepta hacerle el favor a la luciérnaga. Durante el trayecto, ambos hablan como si fuesen amigos de mucho tiempo, se relatan anécdotas y hablan de esos peligros del bosque a los que ambos temen: la noche, las serpientes, los incendios, los escorpiones... Luego de algunos minutos que para los animales pequeños son como horas o días o años, llegan sanos y salvos a la orilla. La luciérnaga entonces, baja del lomo del sapo y le da algo parecido a un abrazo. El sapo le devuelve la muestra de cariño con una sonrisa y gira su cuerpo para disponerse a regresar a su lugar de siempre, pero algo atrapa su atención y lo obliga a voltear completamente la cabeza. Abre la boca y sale la lengua. La acción es rápida y certera. Letal. Desde su estómago, que es sucio y oscuro y pegajoso, y justo antes de que los jugos gástricos ejerzan su función, la luciérnaga, presa de la desesperación y sin entender nada, alcanza todavía a preguntar: ‘Amigo sapo. ¿Pero qué pasa? ¿Por qué haces esto? ¿Por qué me comes y destruyes, por qué me aniquilas? ¿Por qué?’ Pero parece que el sapo no ha escuchado o por lo menos no responde al instante. Da la impresión de que quiere esperar a que los ácidos del estómago empiecen a cubrir a su presa, hasta que, luego de un rato, finalmente exclama algo que parece haber guardado para sí mismo: ‘Porque brillas’.
¿Qué somos? ¿Qué eres? ¿Qué soy? ¿Luciérnagas, sapos o alacranes? ¿Ninguno de los tres? ¿Las tres cosas? Mi Yo optimista e infantil me dice que en ambas fábulas se trata del mismo sapo. De uno que al final recibió su justo merecido. En cambio, mi otro Yo, ese que luego y de cuando en cuando tiene el impulso de danzar con la oscuridad, siente que cada vez que recuerda estas fábulas se hunde entre naturalezas, brillos y estanques que ofrecen un reflejo de la nada, del sin-sentido, de la desesperanza: ¿Y qué pasará cuando todas las luciérnagas sean devoradas y en el mundo solamente habiten sapos y alacranes?
Ricardo, alias “El Manchas”, uno de los chilangos más peculiares que he conocido en mi vida y sin duda el de mente más dispersa de toda la Ciudad Condal, tiene una respuesta que prefiero por ahora y que me brindó con voz queda, como no queriendo, luego de contarle las fábulas y mientras se prendía su tercer porrito: “No te agobies, es muy simple: Patas Verdes siempre será el único sapo cool”.
Tiene razón.

3 Comments:

Blogger Ali Heredia said...

quiero pensar por hoy, solo por hoy, que no las todas las luciérnagas seran devoradas y que no solo existiran sapos y alacranes, solo por hoy, mañana puedo regresar al vale madre de siempre.
un abrazo y mucho gusto de leerlo/*

7:35 PM  
Blogger Gerardo De la Garza, el biógrafo no oficial del Marqués de Topochico said...

Aparte de "cool", Patas Verdes es galán y muy simpático jajaja ¡Caláro!

8:50 AM  
Blogger Laura said...

Yo creo que todos tenemos algo de sapo, alacrán y luciérnaga, aunque las balanzas personales se
inclinen siempre hacia un sólo lado. Ya hacía falta leerte.

7:17 AM  

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