Tuesday, May 10, 2005

Conexiones

Alguien, un amigo, me había hablado del divertido suceso en algún viaje que hice a México, riéndose y todavía con algunos tradicionales y aromáticos esquites flotando en su boca. Y lo recuerdo bien porque no siempre pasa que uno de esos granos cocidos, de acuerdo a mi experiencia, el más amarillo y grande, salga disparado de entre dientes ajenos como bala de cañón de barco pirata de Sir Francis Drake hasta alojarse en el antebrazo de uno. En esa ocasión, cómo decirlo, no pelé a mi interlocutor, no le di bola, vaya, ni lo escuchaba por más que sus carcajadas parecían quererlo abarcar todo, puesto que mis ojos, mi mente, en sí, todo mi yo obsesivo, solamente pensaba en la mejor maniobra para desplazar al indeseable polizón de mi extremidad desnuda. Sin embargo, estoy seguro de que algo de lo que me contó se instaló en mi inconsciente como otro esquite invisible lanzado al vuelo, y propició que tuviese lugar uno de esos extraños manejos que hace la mente y que suelen ser como zancadillas, no de las que se intercambian con garbo apurado los futbolistas profesionales, sino de las de que aparecen en las cáscaras y futboles llaneros en tardes ociosas, de las que dejan heridas a medias y sucias y un manojo de sonrisas empolvadas. Como sea hoy, luego de leer la peculiar nota de un tal Julio Alejandro Quijano que anexaré a continuación, el relato de mi amigo, quien me había hablado de lo mismo, junto con los esquites y sus caprichosos lances, y también con un poco de esas canchas de tierra en los que varios balones se perdieron para siempre, se me estamparon de frente con saña… no puedo evitarlo, a veces odio este universo tan lleno de conexiones:

En vivo debió ser más dramático. Por televisión sólo se vio al público en las tribunas del estadio Relvart maldiciendo el día en que había nacido Luis Ramírez, cantante puertorriqueño a quien le encargaron interpretar el Himno antes del partido de futbol América contra Everton en Houston, Texas.
Su osadía lo llevó a aceptar el reto aunque evidentemente le faltaban dos cosas: aprenderse la letra y la música. El texto autentificado por los tres poderes de la Unión y depositado en el Archivo General de la Nación, la Biblioteca Nacional y el Museo Nacional de Historia, dice en su primera estrofa: "Ciña ¡Oh Patria! tus sienes de oliva". Pero al escuchar los acordes, el cantante nomás miró al cielo y tarareó: " Se ciña Patria, para ti tus aceites de oliva, Prometeo en las estrellas".

0 Comments:

Post a Comment

<< Home