Abuelo Brando...
Se nos fue Brando y no volverá. Me enteré el jueves por la noche y de repente se me juntaron dos nostalgias. Y es que se parecía tanto a mi abuelo A., sobre todo cuando interpetó al inolvidable Vito Corleone en El Padrino, y específicamente cuando baila con su hija Constanza en la secuencia de la boda con que inicia la película: La clase innegable, el estilo innato desbornándose por barbillas hermosa y peculiarmente prógnatas, más o menos la misma corpulencia (bueno, mi abuelo y su herencia gallega sumaban algunos kilos de más), el bigotito recortado con la paciencia de cirujano aplicando el bisturí a corazón abierto y el pelo engominado hacia atrás. Ya extrañaba a uno y ahora echaré de menos a dos. Mala suma para días demasiados calurosos en los que no cabe la tristeza, o por lo menos se hace todo para no dejarla entrar. Ay, el Brando aquél, el primer actor que desde mi heterosexual corazón, sin empachos y después de mirar Un Tranvía Llamado Deseo, me forzó a concluir: "Ay güey, éste sí que era guapo", el mismo que me transmitió el signficiado de la soledad inacabable en El Último Tango en París y que clavó esas frases de "El Horror, El Horror" en mi cabeza después de Apocalipsis Ahora. Nos dejó convertido en un viejo calvo y patético, sí, pero detrás de sus ojos apagados continuaba ese dejo de rebeldía que siempre fue más fuerte que él. Un abuelo no puede morir dos veces y tal vez por ese simple hecho lloraría, quizá nomás por llevar la contraria y tomar un pretexto para dobletear un velorio que, a la postre y para ser sinceros, siempre es infinito, pero la verdad es que me quedé seco de llanto en la primavera pasada, aunque prometo hacer mi máximo esfuerzo para el año que viene. Todo sea por Tata...
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