3 de agosto no se olvida
Un recuerdo que le debo a Diminui:
Xavier Tlaltelolco fue un niño -luego un hombre con los ojos turbios, como nueces- que nació en plena Plaza de las Tres Culturas, justo en la tarde de los sacrificios. Su madre murió allí -pisoteada, baleada, no se sabe, ya no importa- y lo adoptó el mismo joven que la hizo de comadrona mientras retronaban los cielos. De ahí que, por cruel deuda histórica, por nostalgia del horror, Xavier lleva ese segundo nombre como estigma, como herida de erizo -pero no un erizo que uno pisa en la playa, sino un erizo que es arrojado por alguien y termina aterrizando en la frente-. Yo lo conocí una día en que un antiguo profesor nos lo presentó a varios alumnos de ciencias políticas. Parecía un fantasma o hablaba como un fantasma, con las palabras enredándose entre una boca de puras encías, y se reía mucho, como si el estar frente a veintiañeros burgueses fuese una mala broma, de esas de cámara escondida. La verdad es que poco habló del asunto, o por lo menos eso es lo que creo, pues de seguro me acordaría. En mi cabeza, aisladas y paseándose a ratos de un hemisferio al otro, nada más quedan sus risas, el eco de sus risas, y la forma en que le saltaba la barriga con cada carcajada.
No. Nunca lo volví a ver
Xavier Tlaltelolco fue un niño -luego un hombre con los ojos turbios, como nueces- que nació en plena Plaza de las Tres Culturas, justo en la tarde de los sacrificios. Su madre murió allí -pisoteada, baleada, no se sabe, ya no importa- y lo adoptó el mismo joven que la hizo de comadrona mientras retronaban los cielos. De ahí que, por cruel deuda histórica, por nostalgia del horror, Xavier lleva ese segundo nombre como estigma, como herida de erizo -pero no un erizo que uno pisa en la playa, sino un erizo que es arrojado por alguien y termina aterrizando en la frente-. Yo lo conocí una día en que un antiguo profesor nos lo presentó a varios alumnos de ciencias políticas. Parecía un fantasma o hablaba como un fantasma, con las palabras enredándose entre una boca de puras encías, y se reía mucho, como si el estar frente a veintiañeros burgueses fuese una mala broma, de esas de cámara escondida. La verdad es que poco habló del asunto, o por lo menos eso es lo que creo, pues de seguro me acordaría. En mi cabeza, aisladas y paseándose a ratos de un hemisferio al otro, nada más quedan sus risas, el eco de sus risas, y la forma en que le saltaba la barriga con cada carcajada.
No. Nunca lo volví a ver
3 Comments:
¿Y tener la fuerza para reirse con ese bagaje? Insisto, la dicotomía humana esta presente en todas las grandes obras... No es esta la excepción
está, carajo, y ésta... ¿será algo en contra de la palabra en particular?
Ya me imagino a Xavier y a sus encías. Puedo casi ver sus ojos y escuchar su risa. Hay veces que la gente que más sufre es la que más ríe. Y la que más tiene razones para gozar es la que más se queja o deprime.
Definitivamente es un contradictorio mundo el que nos tocó caminar, Chuy querido.
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