Tuesday, July 06, 2004

A una flor

A Margarita:
Un día que fue saltado, que no existió, que se resbaló por mi cuerpo blanquísimo, de vampiro... soy un chupasangre que traga horas sin sal en medio de cuerpos torneados y de bronceado impecable que yo no invité al convite. No puedo tolerar el hecho de que esas masas de carne tostadas sepan que me engullí 1440 minutos completitos ni mis razones para hacerlo, mucho menos que adivinen que la indigestión ya empieza a hacer de las suyas a base de recuerdos. Eso sólo me pertenece a mí, a nosotros. Y es que allí, en el metro, mientras le cantaba a nadie y a todos, no podía evitar el sentirme desnudo y observado con juicio, con un dejo de lástima que casi me hace reventar la guitarra contra el suelo. ¿Qué saben ellos de lo que construimos tú y yo, de nuestro acuerdo silencioso, de las palabras que siempre nos dijimos sin hablar? Allí no hubo calma, no, mi señora, ésa, como la puesta de sol, hubo de llegar hasta la tarde, cuando al fin, después de tanta rabia y confusión tragadas a cucharadas grandes, asumí el hecho de que simplemente estás cansada y ya es hora de ir a dormir. No pasa nada, serás de nuevo la niña que monta ballenas sobre un océano tempestuoso y yo... yo desde aquí te sigo mirando.

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