Inicio de Capítulo
Mientras llegas, en lo que apareces, medito en palabras. Pienso en si este dolor en el vientre se debe a que mi estómago, a diferencia de mi cabeza, mis brazos y mis piernas, todavía no ha llegado a Berlín. Sí. Quizá mi estómago aún sueña con fuet y pan con tomate y, si me voy todavía más lejos, se queja tardíamente – y es que se trata de un estómago sin cerebro, pero con memoria- de la ausencia en el suministro cotidiano de garnachas. Pienso en que si mi cerebro me hablara sería con una voz de ultratumba, tan grave como la de Vincent Price pero sin tanto asomo de elegancia. Pienso en lo que pensaría el gran Vincent Price al verse citado en tan frívola comparación. Pienso también, porque con la panza revuelta las náuseas vienen en caravana, en las ausencias, en esas partículas invisibles que provocaron alguna vez que Chopin desbordara su tristeza sobre marfil y roble mientras George Sand, no tan lejos, pero sin poder ser avistada desde una ventana desnuda, recogía flores y mataba ranas en una playa cuyo nombre no recuerdo. Ay, y pienso en las melancolías guardadas en las páginas en blanco y en los buzones vacíos y en las calles de Berlín bañadas de vampiros. Pienso en las traiciones y los surcos que dejan en el cuerpo, y a veces también en el alma. Pienso en el tiempo que he dejado de escribir y en el precio que tendré que pagar por ello. Hoy serán la revolución intestinal y la humillante indiferencia del antiácido. Mañana quién sabe. Ya pensaré en ello mientras me acerque a la orilla de un domingo sin fondo.
Y entonces caeré.
Y entonces caeré.