Tuesday, October 26, 2004

Numb

Ya no me acuerdo quién me dijo que escribiendo era posible exorcizar lo exorcizable. Tal vez fui yo mismo en una tarde quebrada y sin mucho qué hacer. Quizá me lo dijo papá, mi ex novia o alguna de mis sombras en un momento de ocio. Da igual. Me mintieron y me mentí y ahora no sé qué hacer con estos demonios que llevo sobre los hombros y esta lengua mordida. Cinco días, probablemente es una semana ya la que he pasado buscando respuestas a antiquísimas preguntas en las rajadas de la pared amarilla que cercan mi cuarto. Pero nada. Es más fácil que de esas heridas hechas sobre el concreto salga pus o sangre o lodo que una pequeña respuesta. Si bien, creo que nada de esto es lo demasiado grave como para preocuparme. Esta vez no le haré caso a esos enanos peludos que salen de mis orejas y debajo de mi cama y que se ponen sobre mis hombros cuando me miro al espejo. Esta vez les doy guerra sin cuartel, desalmada, y mejor me sentaré como los viejos, con una cobija en el regazo, a esperar que esta gripa pase suavemente, con pasos de modelo en bikini amoldando la pasarela, sobre este cuerpo que por más que intento, se niega a rebasar los sesenta kilogramos. Amo esa palabra en inglés, Numb, cuya traducción al castellano nunca me ha convencido, y la amo mucho más en aquellos momentos en los que, como ahora, me le acerco a saltitos cortos para evitar despertarla, y me zambullo en ella, como si fuera una piscina gigante o una alberca de espuma. Sí, hoy estoy tan Numb como el gritón de Bob Geldof en Pink Floyd: The Wall y a la The Edge en la canción homónima (con coritos de Bono incluidos). Hoy puede pasar un regimiento de mujeres (nuevamente modelos, ¿por qué no?), pisando mi espalda con sensuales movimientos aprendidos en sus escuelas de geishas, y también una locomotora, o una luna o un niño juguetón. Nada me inmutará ni me sacará de este delicioso y peculiar estado. Nada. Ni siquiera este texto insulso.

Saturday, October 23, 2004

El Enemigo

Estoy tan cansado que parece que no soy yo, que no son míos estos dedos blandos que apenas hace unos minutos dialogaban a tacto puro con la escoba. No me gustan las escobas, suelen ser tan… indiferentes, tan engreídas que poco, o más bien nada les importa su evidente falta de gracia. Es como si por el simple hecho de protagonizar la guerra contra el polvo les fuese suficiente para autonombrarse las generalas, ¡qué digo!, las dictadoras de los utensilios domésticos. Bueno fuera que en su enfermizo afán por la asepsia barriesen recuerdos, tristezas y distancias, y que entre sus dientes de junco o plástico no sólo quedaran atoradas las pelusas e incontables pelos de gato, sino también algunas de esas penas cristalinas y palabras inútiles que de cuando en cuando caen al suelo sin que uno se de cuenta. Pero no, nada que provenga de lo humano parece interesarles, prefieren permanecer allí, con la nariz siempre respingada y manteniendo una distancia invisible e inquebrantable, como si esperaran, absortas en el silencio, el regreso de los días de brujas y los malos augurios y las noches sin luna. Las compadezco, sí, pero no dudaría ni un segundo en eliminarlas a todas en una descomunal hoguera. Lo malo es que son demasiadas y se reproducen sin parar, como conejos, mentiras y tercemundistas, como pesadillas sucesivas de un ratón animado, como nauseas en el estómago de un loco.

Thursday, October 21, 2004

Fantasmas distantes

Hoy el escritor muerto salió de su tumba para hablarme al oído, para mostrarme cómo su fantasma larguirucho e inquieto se cagaba de risa de ese afán, que se nos da tan bien a los latinoamericanos, por tirarnos al drama y fabricar tragedias con cartón y papel, para decirme que no está bien llorar siempre y de todo como puta desairada y página en blanco, y también para burlarse de sí mismo, de su sombra, igualmente larguirucha e inquieta. Por Dios que lo vi. Es más, en estos momentos y sin testigos, porque no tengo o no los necesito, pongo sin miedo mi mano sobre su novela rota para evitar el infierno de los mentirosos, y jurar con cada uno de mis huesos que pude escuchar cómo respiraba, cómo se movía, cómo su carcajada atorada hacía eco en los rincones de esa sala en donde unos cuantos inocentes lo invocábamos. En cierto instante, creí ver su nariz aguileña asomándose por la puerta del aula, golpeando el cristal con la misma intensidad de un pájaro carpintero, embarrando su lengua larga y pastosa en el filo de la madera, todo por restarle el máximo de solemnidad al recuerdo de sus pasos largos y atropellados.
Si no me equivoco, aunque de esto no estoy tan seguro, creo que todavía nos siguió a varios hasta el penúltimo bar en el que apuramos una cerveza. Puede que me fallen los sentidos y el tipo que nos observaba sin parpadear desde la mesa contigua no era él sino un enviado, su hermano inexistente o un primo que adolece de la misma fisonomía desguanzada. Da igual, lo cierto es que tampoco consideré necesario el invitarlo a casa, después de todo es de los que prefieren aparecerse sin previo aviso.
Juan Villoro tiene razón: Los fantasmas nunca mueren…

Wednesday, October 20, 2004

Mis Cinco Minutos

I want to, I want to be someone else or I’ll explode
Talk Show Host
Radiohead

Todo cupo en cinco minutos. En esos cinco minutos que tomo prestado al tiempo diariamente y desde hace varios años para soñar despierto, para pensar en lo que no soy, que por lo común me resulta mucho más fácil que definir lo que soy. Pero no me voy a andar por las ramas con rollos ontológico-existenciales. No, sólo quiero hablar de esos cinco minutos de ayer en los que me vi otro ahí, dentro de mi pantalla de cine personal e íntima, donde me observé como un individuo más convencional quizá (con comillas inmensamente grandes, por favor, no es nada personal), otro que justo después de acabar la universidad, como la mayor parte de sus compañeritos, consiguió clavarse en una empresa privada y de eco rimbombante, de preferencia una televisora o una agencia de publicidad (si es que me era posible elegir). Portaba un look de esos que llaman sport y que a mí de toda la vida me ha sonado a la peculiar vestimenta que suelen usar los presidentes cuando ejercen el ciudadano derecho del voto (por lo menos fue la primera vez que oí del término, con el parco de Miguel de la Madrid frente a las cámaras, específicamente enfundado en caqui, si no mal recuerdo). Y no, nada de barbas o pelos a medio crecer, nada de camisetas estampadas y de tono subido (incluyendo la que parece que le robé a Kinkín, como me criticaron acertadamente en la última foto que envié). A cambio de eso, las gafas oscuras que ostentaba, tras la extraña manía que había adquirido por pasarlos de la cara al pelo, y luego a la camisa y luego de regreso a su perfecto estuche duro, parecía que habían adquirido vida propia. Ganaba bien, o por lo menos lo necesario para que todos en mi perfectamentebienubicadacasa (gracias José Agustín): mi esposa, mis pequeños hijos, mi perro Page (siempre he querido tener un perro que se llame Page), y mi amante en turno (obviamente situada estratégicamente en otro sitio) no tuviesen que preocuparse de gran cosa. Asimismo, todo mi cada vez más incierto futuro se encontraba perfectamente planeado vía seguros de vida, de salud y los más modernos frenos de mano que pretenden imponerse a la vejez inminente. Seguía escribiendo, claro, pero solamente los sábados en la mañana y a la manera de Mark Twain: en la cama, sólo que sin su locura, sus fantasmas infernales revoloteando alrededor y por su puesto, su enorme genio. Era, sin duda, feliz, muy feliz. Sonreía con el aire y con los ojos de mis hijos y en los ojos de mis hijos, y también cuando los pájaros pasaban y Page corría tras ellos y cuando tras hacerle el amor a mi esposa le decía que la amaba. Era tan, pero tan feliz…
No sé porqué entonces y pese a todo, decidí volver a saltar al vacío…
Al vacío
Al vacío que vacía
A Mi Vacío…

Tuesday, October 19, 2004

Cuestión de gustos

Tienes que desmezclar, desmezclar.
Hacer lo máximo externo, lo máximo
íntimo
Paul Celan

Amo los abrazos. Creo que podría vivir sin cualquier cosa menos sin abrazos. Si un día el destino me convierte en millonario (porque lo excéntrico creo que ya lo traigo en la sangre), lo primero que haré será poner una clínica de Abrazoterapia. Allí la teoría se antoja simple: unas cuantas clases cuyo objetivo sea instruir a los miembros acerca de los diferentes tipos de abrazo y ya está, a mover los brazos todos, a aplicar lo aprendido con gráficas y dibujos y a gozar de los beneficios de apretujarse con el otro, de dejar descansar la cabeza, en el caso de las bajos, en el pecho del alto en turno, mientras que éste deja salir a vapor su instinto paternal o protector. Sí, a dejar que se expandan y se mezclen los ácidos humores sobacales y el perfume agridulce de los antitranspirantes de bolita. El abrazo es lo único que puede mover a un intelectual pretencioso a escribir un ridículo libro de autoayuda y el mejor pretexto para transformar a un yuppie en el más cariñoso de los jipi-come-flores. Creo que el abrazo me ha salvado varias veces, de flotar para siempre en la misantropía, de sentirme muerto, de creer que los otros son fantasmas o extraterrestres o conejos. Por eso hoy le dedico estas letras simples que, por más que quiero, se niegan a abrazarse… ellas se lo pierden.

Friday, October 15, 2004

Todo es para siempre

La esperanza tiene nombres y apellidos: Daniel, Alonso, Jessica, Diego, tantos más... y los que están por venir.

Nada es para siempre

El domingo pasado murió Cristopher Reeve. Supongo que el cielo a donde fue a parar es parecido a esa construcción, mezcla de cristales traslúcidos tallados como diamantes, en donde el Supermán que encarnaba encontraba el refugio, la paz, el añorado anonimato absoluto. O tal vez no, puede ser que esa peculiar mansión erigida en medio de un desierto helado sea más semejante al infierno, puesto que a cualquier lado que se mire solamente se podrá encontrar la imagen de uno mismo, sola, triste, llorando, cansada de hacer movimientos que son duplicados por otros Yo ad infinitum. Aunque probablemente no sea ni una ni otra cosa o, peor aun, un poco de ambas, lo que convertiría a ese sitio en una clara representación del purgatorio. Sí, un purgatorio inacabado e inacabable en el que la esperanza es un sueño vago pero existente y lo único que puede flotar en el aire es una melancolía bruta, desnuda, descarnada. En lo personal, cada vez que escucho el segundo disco de Sigur Rös, no puedo evitar que mi mente vuele y se incruste como un cristal más en ese purgatorio, en ese limbo en donde la soledad sabe a nieve y los recuerdos a mariposas congeladas. Con un poco de suerte o infortunio, algún día pararé allí y le preguntaré a Reeve cómo fue trabajar con Brando, cuántos botes de vaselina eran vaciados para modelar su peinado y si le fue posible encarar con valentía su lado femenino después de sentir el dulce tacto de unas mallas sobre sus peludas piernas. Y si lo encuentro de buen humor y sin silla de ruedas (espero que por lo menos le levanten este castigo), haré todo por convencerlo de salir un poco de nuestra fría cárcel y buscar al monstruo de Frankenstein, que con seguridad rondará cerca, masticando torpemente sus penas, creyendo que desaparecerán cuando se deslicen a su cicatrizado sistema digestivo. Sí, no estaría mal nada de esto, o por lo menos tengo la impresión de que la experiencia me proporcionaría algo de sosiego y estaría más tranquilo que justo ahora, momento en el que no puedo dejar de preguntarme qué se puede esperar de este mundo después de que, contra todos los pronósticos, incluso el imbatible Supermán ha muerto.

Wednesday, October 13, 2004

Diario de Chacón. Día 2

México D.F., 2 de abril de 1994

“Tú y los otros me podrán decir lo que quieran, pero las viejas que además de feas son mamonas se pueden salvar. Las que sí no tienen remedio alguno son las gordas sin tetas. Nunca te enamores de una gorda sin tetas”, me dijo Camilo muy serio, mientras me acompañaba a renovar el pasaporte. Buena onda el Camilo ése, siempre me cayó bien porque nunca fue como el resto de los compañeros de mi hermana Laisha, quien aunque lo niegue, desde la secundaria en que lo conoció y hasta ahora, sigue enamorada de él. Y si a últimas fechas le ha dado por decir cosas malas de Camilo, sobre todo a sus amigas de cerebro con relleno sabor avellana, como el que es “un golfo sin remedio que le saca todo al papá” o “un marihuano rojillo al que le da por mezclarse con los nacos”, es simplemente por ardida, porque nunca la peló. Ya casi no va a la casa aunque mi mamá lo adora, supongo que se ha dado cuenta de las piedras que mi hermana le tira a sus espaldas y a ese Camilo no le laten ese tipo de ondas. No digo que no es un vividor, finalmente ya van por lo menos dos veces que se ha ido a Europa por varios meses y en plan lujoso, supongo que con el dinero de sus padres. De lo que sí estoy seguro es que de las arcas familiares sale toda esa enorme cantidad de billetes que gasta en alcohol, ¡porque vaya que chupa! Apenas tiene 25 años y ya parece de 32. Pero por lo menos no anda restregando la riqueza de su apellido en las caras de los demás. Dice que es poeta y aunque nunca he leído nada de él le creo. Se la debo, finalmente fue el primer güey que me enseñó Pink Floyd, rescatándome así del error en el que estaba cayendo, todo por culpa de Laisha y sus estaciones de mierda. Y pensar que hace todavía unos meses quería que me enterraran con un bolero de Luis Miguel... Es raro, Camilo apenas me lleva un par de años pero yo lo veo como si fuese mucho más grande, tal vez porque la verdad posee un colmillo invisible (sólo algunos, como yo, podemos verlo) que se arrastra por el suelo, y también porque ha vivido mucho más que yo. De hecho bien puedo decir que fue mi inspiración para hacer este viaje a Europa. Pero él no lo sabe, él sigue en su rollo, tranquilo de la vida, chupando, ligándose a las fruti lupis de la colonia Polanski y haciendo como que escribe, disfrutando los millones de su papá en su posición de hijo único de funcionario corrupto. ¿Marihuano? Eso sí quién sabe, no me consta pero tampoco lo dudo. Aunque la neta no me importa, después de todo nunca le creí a mi mamá eso de que los pachecos se acaban matando los unos a los otros, arrancándose los ojos y mordiéndose las orejas. Bueno, sí se lo creí alguna vez, cuando tenía diez años. Pero ahora es diferente, ahora los relaciono con la guitarra debrayadora de Gilmour y los imponentes platillos de Mason. A final de cuentas si todos esos fumadores de yerba son como Camilo no hay bronca. Mucho menos si les da por hablarme de la gran importancia que tienen las tetas.

Tuesday, October 12, 2004

Dee Dee

Tengo un nuevo compañero de piso a quien llamaré “el J.”(no confundir con el otro J., el criador de cuervos), no por otra cosa sino porque siempre he creído que la prudencia, dada mi cobardía comprobada o mi valentía por comprobar, es parte de aquello a lo que se le suele llamar personalidad. Y de mi personalidad sabe mucho por cierto el tal J. De algo servirán los dieciocho años que llevamos siendo amigos y en los que tantas cosas hemos compartido, desde borracheras y efímeros grupos de rock en los que, gracias a Dios, nunca nos peleamos la titularidad, hasta nuestro reciente enloquecimiento por Naomi Watts. Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que lo vi. Ahí, en alguno de los pasillos de la secundaria y presumiendo con un juguetón “ahora lo ves, ahora no lo ves”, un delgadísimo mechón de pelo que se escurría desde su nuca hasta la primera cervical, bizarra y ochenterísima moda capilar que con seguridad copió de alguno de los rockeros con los que se reunía (y se sigue reuniendo) su hermano mayor o, en su defecto, de aquel Miguel Bosé andrógino que bailaba “Amante Bandido” con traje rosa incluido. No se lo he preguntado pero prefiero inclinarme por la primera teoría. De cualquier manera, lo cierto es que en ese entonces me caía bastante mal, además de porque jugaba al fútbol mucho mejor que yo (falta imperdonable para la mente de cualquier adolescente en época de Mundial) por su forma de caminar, siempre sacando exageradamente el pecho, como si quisiera demostrarle al mundo entero (que en ese entonces se reducía a un manojo de salones de clase) que él SÍ dominaba la situación. Bastarían, quizá, uno de sus sarcásticos chistes o un asomo de ironía para que todo cambiara, para que mandara mi primer y erróneo juicio a “dormir con los peces”. Y es que hablando de mafias, me da gusto que después de todo este tiempo no hayamos tenido ninguna vendetta seria por saldar. Si bien, en un mínimo parpadeo, como el de los mencionados peces, que ni párpados tienen, hemos vivido demasiadas cosas juntos, incluyendo este nuevo círculo que apenas empieza a abrirse y que ninguno de los dos sabe a ciencia cierta cómo cerrará. Lo cierto es que nuevamente coincidimos ahora, en otra parte del mundo, con lo que él se convertirá de hoy en adelante, algunas veces en testigo, otras en protagonista y unas más en el centinela silencioso de algunas de las historias que pretenden rellenar estas páginas negras. Me da gusto el hecho de que, sin que ninguno de los dos realmente lo previera, nos hemos convertido en un dúo tan mágico-musical como la carabina del tal Ambrosio. No lo niego, probablemente nuestra proyección a los ojos de los otros se asemeje más a la dupla de los olvidados Bud Spencer y Terence Hill, o con suerte a la de Pedro Infante y Jorge Negrete, que a la elegante estampa proyectada por Lennon y McCartney, Redford y Newman o cualquiera de esas mancuernas que todos admiran por su talento y/o envidiable estética. Me da igual Me conformo con saber que es un amigo el que, no sin pensárselo con detenimiento, decidió hundirse conmigo en las oscuras e impredecibles aguas del autoexilio. Salud Dee Dee.

Saturday, October 09, 2004

Volvete a tu país

Hoy es la despedida de E., mi gran amigo argentino. He de reconocer que, además de su incondicional amistad, echaré mucho de menos esa ironía liberadora que nunca dejó de escurrirse por su cada vez más escasa cabellera. “Volvete a tu país”, me decía cada vez que lo hacía enfadar o solamente para jugarme una broma por teléfono, en donde más de una vez se hizo pasar por agente de migración nomás por el gusto de escuchar cómo me temblaba la voz. A estas alturas, supongo que deberé aceptar su anunciada ausencia con el mismo sentimiento, mezcla de asombro y paciencia, con la que he recibido los inesperados diarios que cayeron en mis manos, y también así, con la misma resignación, parecida a la de un niño que observa el piso tras el regaño paternal, con la que he admitido el enrarecimiento de mi mundo a últimas fechas. Hay un olor que no reconozco, que se encuentra hurgando los rincones de mis aletas nasales. Estoy seguro de que justo ahora le está sucediendo lo mismo a E., quien tampoco puede desprenderse de esa fragancia que parece inundar todo el aire. Mi amigo, quizá no hay que irnos tan lejos, es el aroma de la más coqueta y manipuladora hija de las dudas… se llama incertidumbre. Y si te saca a bailar no la mires a los ojos ni le prestes tus oídos, ni dances con ella más de tres piezas y por favor, hazme caso, aunque sea solo por esta ocasión. Y sí, tienes razón, los abrazos nunca alcanzan, jamás son suficientes.


Thursday, October 07, 2004

Diario de Chacón. Día 1

México, D.F., 29 de marzo de 1994

Mi nombre es S.B. pero me dicen Chacón… todo salió por un juego de amigos en la primaria y bueno, supongo que ya es muy tarde para cambiarlo, hasta los maestros me llaman así: “Chacón, se escribe como suena”, les digo a todos en esas presentaciones idiotas e inútiles que se dan los primeros días de clase… sinceramente no creo en esto de los diarios, se me hace un rollo muy de niña fresa, y no es que yo no sea fresa, a final de cuentas vivo en la Roma y voy a la Universidad Anáhuac del Norte, lo cual es más que suficiente para que se me etiquete, pero pese a que soy apenas un nalgas meadas de 22 años al que su padre a huevo se le pretende heredar una firma de abogados abominables y con cara de imbéciles (todos se parecen demasiado a Jacobo Zabludowski), siempre me he sentido un poco diferente… a lo mejor estoy loco, o por lo menos eso es lo que Sarita me dijo hoy cuando le dije que lo nuestro nomás no funcionaba. La neta no he podido dejar de llorar en toda la tarde por eso, y también porque no la dejo por no quererla sino porque no sé cuándo regrese del viaje que me voy a dar con el Willy por las europas. Mis papás creen que sólo será por el verano, pero la neta yo no estoy tan seguro, yo sólo sé que necesito escapar, que aquí en México me siento como si un gordo tan grande como el Chif de Atrapado sin Salida me estuviese asfixiando con una almohada, y eso sí que no. Que de algo sirva tanto pinche libro que he leído y esta irremediable clavadez que tengo por Pink Floyd (¡son lo máximo!), por lo menos para no ser como Laisha (pinche nombre jodido), mi hermana, que siempre hace lo que mis papás quieren y siempre habla de estupideces (que si fulano está guapísimo, que si sutano tiene un coche que la vuelve loca), no podía creer lo que escuché el otro día cuando, casi llorando de emoción, le contaba por teléfono a su amiga Lulú que en ese espantoso sitio llamado La Llorona alguien la llamó “Princesa Tibetana” ¡por favor!… sí, necesito escapar, me urge hacerlo, ya, ahora, antes de que piense que quizá la mejor de las soluciones es meterme un tubo por la boca para volarme los sesos…

Wednesday, October 06, 2004


Mini Cu Posted by Hello

Tuesday, October 05, 2004

Diario de Chacón. Día 0

Han tenido lugar varios días de silencio en estas últimas semanas, lo sé, pero también tengo plena conciencia de que, a diferencia de otras ausencias, crueles y usualmente inesperadas, se trata de un silencio que no mata. También sé que tengo una lista enorme de cosas por contar en esta página, extraños e inusuales acontecimientos que me han sucedido, emocionantes reencuentros surgidos dentro esta inesperada noveleta que se rescribe a diario y que, desde mi humilde punto de vista, merecen ser expuestos en esta convención de risas y melancolías cojas. Su tiempo llegará pero no será hoy. ¿La razón? Es culpa de L., una mujer de unos 32 años a quien recién conocí, hija de andaluz y catalana y quien, dotada de una mirada que parece arrebatada a un asesino a sueldo, supo de mí por A., un amigo mexicano que tenemos en común. Pues bien, desde la primera vez que nos encontramos, en un convite en el que la presencia de una botella de Don Julio fungió como el mejor de los pretextos, L., sin dejar los ojos de desconfianza a un lado, se acercó a mí dando hipérbolas por el cuarto hasta acabar a dos centímetros de mi oído para que nadie la oyera: “Este A. me dijo que escribes o algo parecido (sic), y tengo algo que puede interesarte”. Sin decir más nos citamos para el día siguiente en una de las cafeterías que cercan la Rambla del Raval. Allí, nuevamente observándome como si fuese uno de los sospechosos del 11-M y después de que realizáramos infructuosos intentos por encontrar un tema en común, sacó de su bolso una pequeña libreta, cuyas maltratadas carátulas la hacían parecer el original de algún ideario anti franquista, o por lo menos eso fue lo que pensé en ese momento. “Es un diario”, me confesó casi gritando, “el diario de un mexicano con el que compartí piso por unos tres años a mediados de los noventa. Su nombre era S. pero él pedía que lo llamáramos ‘Chacón’. Era un tío majo pero algo extraño. Muy cortés, sí, como suelen ser todos vosotros, pero no hablaba gran cosa de su vida y nunca le conocí amigos. No llevó nunca a nadie al piso en los tres años que vivimos juntos. Y pues resulta que un día el tío simplemente se marchó sin decirle a nadie. Cogió algunas de sus cosas pero dejó la mitad, entre ellas esta libretilla que supongo olvidó por error. No lo he vuelto a ver ni sé nada de él, y dudo que regrese, o por lo menos tengo esa impresión después de leer las páginas finales del diario. Y nada, lo he ojeado y me parece que tiene cosas interesantes. Te lo presto por un tiempo pero no te confundas, lo hago por el aprecio que le tengo a A. y no por otra cosa. Espero que te sirva”. Y así, sin decir más simplemente nos despedimos. Esto habrá sido hace poco más de tres semanas, justo cuando mis queridos P. y J. llegaron de visita, y no fue sino hasta hoy que he tenido el tiempo para hojearlo con calma, lo curioso del asunto es que, para mi enorme sorpresa, se trata de un documento descarnado, una oleada de confesiones que no conceden tregua a nada ni a nadie, ni siquiera a sí mismo. Probablemente no sea lo más correcto o prudente, pero he decidido que vale la pena compartirles algo de lo que “Chacón” (apodo inventado, por supuesto), imprimió en estas páginas, más que por morbo o simple afán de chismorrear, porque considero que retrata con fidelidad algunas las regiones más corruptas y virtuosas del alma humana, mismas que casual y causalmente suelen evidenciarse en mayor grado en quienes han hallado en el autoexilio la única salida. Así pues, mañana empezaré la elección de las anécdotas más interesantes, las reflexiones más ácidas y los comentarios más suspicaces de “Chacón”, y alternaré sus pedazos de memoria con los de la mía, quizá en afán de encontrar algún equilibrio o buscando que éste simplemente desaparezca. Ya el tiempo lo dirá.

Saturday, October 02, 2004

Elvis Vive

You ain't nothin' but a hound dog
Elvis Presley

Hace diez días esparcieron las cenizas de Elvis, mi perro, por los aires del pequeño patio de la casa en México (sotegüela, habría remarcado mi abuela), que atestiguó varias de sus mejores andanzas. La verdad se merecía el modesto honor, sobre todo porque, pese a tratarse de un french-poodle (Toy Caniche), especie particularmente irritable, nerviosa, malhumorada y -¿por qué no decirlo?- francamente detestable, el seductor cuadrúpedo (porque rompió cualquier récord que yo conozca en fecundaciones perrunas), poseía una personalidad que ya quisiera cualquiera de esos ejemplares caninos de nombres impronunciables que tan de moda se han puesto entre la misma especia humana mexicana (ociosus fresus), igualmente irritable pero de atrofiado instinto, a la que le ha dado por elegir los asépticos Starbucks para ejercitar su verborrea. Y es quizá por ese férreo carácter que puedo decir sin riesgo a equivocarme que Elvis ha sido el mejor perro que he tenido, superando incluso al Gitano, pastor alemán de hermosísima estampa al que siendo pequeños mi hermano y yo gustábamos de torear con capa y traje de luces incluidos, y que un día simplemente salió por cigarros y nunca regresó. Y es que ni siquiera él poseía ese encantador toque pendenciero que Elvis, como si hiciese honor a su nombre, dejaba en la mente de quienes pudieron conocerlo. Era un bad dog puro y duro y siempre se hacía respetar, incluso entre aquellos huele traseros que le doblaban el tamaño. Durante mi última visita a México sabía que sería la última vez que lo vería. Luego de más de 15 años de darle vuelo a la hilacha poco o nada quedaba de su clásica postura de rock star y un solo colmillo sin filo se asomaba por su labio inferior, además sus ladridos, que siempre fueron más fuertes que los de cualquier presidente en informe sexenal, habían sido reducidos a simples murmullos de aguardientoso. Ya estaba muy viejo, ya no había nada que hacer. Teníamos que dejarlo ir. Eso sí, me da gusto que lo haya hecho como los grandes, rodeado abrazos y afecto. Ésa, dicen, es la mejor de las muertes… seguro.