Saturday, March 26, 2005

Rolando Borges (IV)

M. recuerda que, cuando llegó a este punto del relato relato, los ojos de Rolando, fijos en la nada, se abrieron al máximo, como si sus globos oculares quisieran saltar de sus cuencas y aterrizar sobre las sábanas deshechas. A ella solamente se le ocurrió poner su mano sobre su mejilla para alentarlo a continuar. “Era un guiri”, empezó a balbucear Rolando, “no sé si alemán, holandés o gringo, pero era un guiri…”. M. confundida y sin entender nada, se limitó a decirle “No, Rolando, eran mexicanos”. Entonces Rolando la volteó a ver por primera vez desde que había comenzado a contar su historia y también por primera vez en su cara se estampó algo parecido a una sonrisa, pero también parecido a ese gesto de lástima que se teje en el rostro justo antes de empezar a llorar: “Sí, eran mexicanos… lo mejor habría sido irme de allí en ese momento. Ahora todo lo tengo incrustado en la cabeza como un sueño, como un mal sueño. No recuerdo nada de la forma en que las cosas se desenvolvieron durante las dos horas que estuve en el Moog. La ginebra siempre le coloca tremendos buscapiés a mi memoria, sin embargo, sí me llega claramente la visión de Ximena, sus labios, su pelo, y que la estaba besando… y después vino uno de sus amigos, precisamente el tipo pelón de gafas y se puso entre ella y yo, y le dijo Ximena nos vamos, y ella no se quería ir, y entonces yo puse mi mano en el hombro del tipo y le dije ya está grandecita, y algo me dijo él que no me gustó, algo como no me toques pendejo, y entonces le empecé a gritar, no sé, me acordé de Parménides García Saldaña y le dije pendejo tú, más que pendejo eres un cretino, un pobre diablo hijo de papi que viene a Europa para presumírselo a tus amigos de la Ibero y de la Anáhuac, todavía más pendejos que tú… pero a ver, dime, ¿quién eres? Yo te voy a decir quién eres. Eres un mamón de cultura Carlos Cuauhtémoc Sánchez combinada con la habilidad mental de Adal Ramones. Eres un imbécil que cree que es su coche y su dinero y sus viajes para apostar en las Vegas cuando cumple los ventiuno. Eres un pobre diablo. Pero, a ver, ¿a quién has leído nene nalgasmeadas? De seguro te crees chingón por haber leído un libro de García Márquez y otro de Isabel Allende en toda tu miserable vida. Naco de mierda. Yo he leído a Borges, con quien por cierto, mamón, comparto el apellido, y también a Kafka y a Fitzgerald y a Agustín y a Arreola. Y te juro M., que en mi lista iba ya por el autor número doce cuando sentí un dolor intensísimo en la cabeza. Alguno de sus amigos me estaba jalando el pelo con la fiereza de un travesti desairado de ciento veinte kilos, y entonces yo empecé a soltar manotazos y patadas a cualquier cosa que se moviese, creo que hasta algún puntapié paró en el cuerpo de Ximena o en su codo, porque alcancé a ver que se lo sobaba con ganas. Pero ya sabes, la cosa no duró ni cinco minutos, pues los de seguridad del antro, tal vez dos o tres que a mí se me hicieron como cinco, ya estaban allí y, en santiamén mi espalda ya se encontraba sobre la calle. El pelón, desde la puerta, me seguía gritando: Tú no sabes quién soy yo, y yo le respondía tú tampoco idiota, y tu jeta no se me olvidará nunca, cuídate, cosas por el estilo. Lo cierto es que una furia parecida a una bola de pelos inmensa que te rasca las entrañas, crecía dentro de mí como un alien. Sentía el rostro y las manos calientes, hirviendo, a punto de estallar. Y entonces, después de darle un par de puñetazos a uno de los muros del Rabal, empecé a caminar sobándome las manos, con la mirada fija en el camino y gritando por dentro un millón de cosas, sin saber que lo peor aún estaba por venir…”

Wednesday, March 09, 2005

Rolando Borges (III)

Y entonces Rolando, o lo que quedaba de Rolando, porque aquello que hablaba no era un hombre, sino lo que había quedado de un hombre, como pasa con aquellos que regresan a casa luego de haber estado en una guerra o quienes acaban de perder a uno de sus seres más queridos, pareció dispuesto a relatar a M. aquello que estaba a punto de hacerlo explotar. Ella me comentó que no fue sino hasta ese punto, que se dio cuenta de que el olor que salía de la boca de Rolando era realmente insoportable, con un dejo muy amargo, como si Rolando acabara de chuparse alguna moneda antigua hallada entre ruinas egipcias. Lo cierto es que ni ese detalle, ni tampoco el haberse sorprendido a sí misma tomando esa postura que tanto odiaba de su madre, consistente en las piernas cruzadas y la palma derecha descansando sobre el pecho, le importaron demasiado luego de que Rolando por fin comenzó a hablar: “No sé por dónde empezar… de verdad, M., que era una noche como todas. Fui primero a Gracia solo, al Chatelet como siempre, con mi cuaderno para ver si escribía algo aunque la neta ni siquiera lo abrí. Allí me bebí las dos cervezas y la ginebra de costumbre. De hecho tenía bastante hueva y mi intención era regresar temprano a casa, pero de repente, ya sabes, ya me conoces, me entró el diablo ese que muerde los huesos y tomé el último metro al centro. Pérame, pérame tantito…, me cuesta tanto trabajo acordarme… ¡ah sí! Llegando allí me encontré a Rogelio, el colombiano, y me dio un par de cortesías para el Moog. Le pregunté si iría después y me contestó que seguro, pero la verdad no recuerdo haberlo visto después. La cosa es que después de pensarlo por un segundo me decidí a ir. No sé si fueron los tragos o qué, pero la verdad es que de repente me sentía muy bien, como revitalizado, como si me hubiese tomado tres red-bulls al hilo, no sé… pero bueno, para no hacerte la historia larga la cosa es que finalmente entré y fui directamente a la barra. Me sirvieron otra ginebra y me la tomé casi de un sorbo, después pedí otra y justo allí, a través del vaso la vi… M., de verdad era una tía hermosa, ya sabes cómo soy de payaso y que a veces hasta parece que no me gustan las mujeres, pero esta vez presentí que era diferente. No sé, tal vez tuvo que ver el hecho de que cuando la miré me di cuenta de que también me miraba o tal vez quise pensar que también me miraba, pero lo cierto es que me entró una de esas extrañas ansiedades… pero no te lo tengo que decir M., nunca he sido de esos tipos que llegan a ligar así nomás, así que más bien me decidí a dar algunas vueltas cerca de donde estaba, a gaviotear, como dice mi papá. Ella, obviamente, no estaba sola, eran seis en total, tres chicas y tres chicos, todos con pinta de pijos. Bueno, de hecho lo eran, y lo peor de todo es que en una de esas que me acerqué y esa pequeña sospecha que venía guardando bien dentro, como cuando uno presiente que te están poniendo los cuernos, o como cuando te comes una almeja de entre muchas, de entre un coctel y una, precisamente ESA, al pasar por tu garganta, te sabe a mal, te sabe a enfermedad… bueno, pues así era mis sospecha de que eran mexicanos. Carajo, me lleva la chingada, me dije cuando los escuché hablar y confirmé mi duda, y entonces sentí algo así como una patada en el estómago, no por otra cosa sino porque en ese momento me di cuenta de que tenía que dejarla ir, de que ya no sabría cómo esa chica diría hola, sí, no, o simplemente oye no es por ser grosera pero vine con mis amigos, de que ese pelo castaño y esos ojos grandes… bueno, ya sabes que desde que llegué aquí me puse como propósito no convivir con mexicanos, quería salir de eso por razones que ni siquiera a mí me quedan demasiado claras, pero lo cierto es que trataba de repeler esa fresez a toda costa, esas charlas de qué chingón es Barcelona y de cómo extraño los pinches tacos y de soy lo máximo por mamar la cultura europea… la cosa es que de plano pensé que a la mierda, que no me iba a acercar allí ni aunque me pagaran, y de hecho ya me iba cuando uno de esos pendejos, justo el que de vista más mal me había caído, me tomó por el hombro y me dijo ‘¡A huevo! ¡Arriba Los Pumas!’ Puta madre, como que en ese momento no supe reaccionar y me limité a sonreír como un imbécil porque no sabía de qué iba el rollo y entonces bajé la mirada, te lo juro M., como si fuese en cámara lenta, como en el final de una película de Wes Anderson, hasta depositar la vista en el centro de mi pecho, nada más para corroborar que sí, efectivamente, llevaba puesto el pinche jersey que me regaló, yo creo que nada más para joder, porque bien sabe que a mí me caga el futbol, el idiota de mi primo Memo cuando vino. Estaba punto de decirle algo a ese pelón de cara roja y gafas Gucci más bien gachas, cualquier cosa que me ayudase a salir del embrollo y perderme dentro de la multitud que se movía a unos pasos de nosotros entre música pycho y pirulas, de verdad cualquier cosa, no sé, fingir, hablar como argentino y decirle que le había cambiado ese jersey a un mexicano por alguno del River, para luego dirigirle algo así como una mueca y dar la media vuelta, o tal vez ofrecerle un éxtasis para espantarlo, pero ni había comenzado a hablar cuando el resto del grupo del carirroja ya me había rodeado por completo. Te juro, M., que de verdad, no sé si por tanto ginebra, me sentí como si estuviese en una cinta de zombies y me dieron unas ganas tremendas de salir corriendo de ahí, pero para mi mala suerte la primera de los muertos vivientes en hablar fue ella, Ximena con X, la de pelo castaño y ojos grandes, y dijo cualquier idiotez como hola, desde que te vimos nos dimos cuenta de que eras mexicano o algo así, pero lo cierto es que todas esas barreras, esos muros que había decidido construir alrededor mío, cayeron como derribados por flores. Y así, en un abrir y cerrar de ojos, por debilidad, por no ser coherente con lo que pienso, todo empezó a caer en una cloaca, en un pozo de desechos, algo me olió mal pero lo ignoré, algo podía respirar en ese espacio de un par de metros cuadrados que me exigía la fuga, pero no le hice caso y me subí a la resbaladilla, y desde allí la vía natural, de hecho, el único camino, es el que se desliza hacia abajo…”
Continúa

Thursday, March 03, 2005

31

Hoy me desperté con la extraña sensación de que algo me mordía las pantorrillas. Lo peor es que no eran bocados certeros y grandes, como los de un tiburón o un jaguar. No, eran pequeños y molestos, como los que podría realizar un cardumen de pirañas bebé o una legión de mosquitos tropicales. Y sin embargo, no me molestó demasiado. Corrí entonces las sábanas como si fueran las cortinas que me separasen de otra dimensión o de otro mundo y me desplacé a paso lento rumbo al espejo. Y allí me miré: los ojos tristes de siempre que parecen arrebatados a un hush puppie o a la madona de algún cuadro barroco y aquella barba de tres días oscureciendo los surcos que atan las sonrisas. Y no sé bien porqué, pero me entraron unas ganas tremendas de dar gracias. Sí, de agradecer, de dejar que ese tipo cursi que está en mí y que se pone a llorar a escondidas con las películas más tontas y al que se le ata un nudo en la garganta con más de un centenar de canciones, dejara caer las lágrimas a manera de ofrenda a esta vida, a esos microscópicos glóbulos rojos que corren por mis venas como si alguien los persiguiese, a esas neuronas que saltan una sobre la otra como si cerebro fuese un circo y que nunca paran, a esas moléculas invisibles que patean las membranas de mi alma para recordarme que están allí y que no todo está perdido. Y entonces me di cuenta que desde aquí, desde este ser de un metro setenta y tantos y de cabello lacio y rebelde, desde este individuo de tez blanca y al que le quedaron a deber las patillas (ni modo) y que quiere casarse con God Only Knows de los Beach Boys y ser enterrado con Soon de Yes, y que continuamente se enfrenta a crisis existenciales, y que se conmueve con el mínimo pretexto, los agradecimientos más grandes, más honestos y merecidos, son para ustedes, desde Jorge Pedro, quien me convenció de crear esta suma de palabras rotas, hasta el último y anónimo Yo soy el que Soy, pasando por todos los que se han tomado la molestia de registrar alguna opinión en una tarde cualquiera, y también a los que no me leen, o a los lectores que me leen en silencio, a aquel amigo que ni siquiera me lee pero cree en mí, y también aquel que considera que mi suma de palabras no es más que una adición infantil. Y de allí me salto a la familia y a los amigos y amigas, a la nuca imposible y al que lo ve y lo sabe todo, y también a mis muertos y a mis libros y a mis películas y a mis canciones de cuna y aquellas otras con las que sigo saltando a solas en ropa interior. Todo ello me construye, todo ello me enseña. Por eso, al final, no me queda otra que agradecer infinitamente a cada segundo de estos 31 años que, como las pirañas y los mosquitos, se adhieren a mis pantorrillas sin dar señas de querer soltarme.
Gracias.