Saturday, April 22, 2006

Inicio de Capítulo

Mientras llegas, en lo que apareces, medito en palabras. Pienso en si este dolor en el vientre se debe a que mi estómago, a diferencia de mi cabeza, mis brazos y mis piernas, todavía no ha llegado a Berlín. Sí. Quizá mi estómago aún sueña con fuet y pan con tomate y, si me voy todavía más lejos, se queja tardíamente – y es que se trata de un estómago sin cerebro, pero con memoria- de la ausencia en el suministro cotidiano de garnachas. Pienso en que si mi cerebro me hablara sería con una voz de ultratumba, tan grave como la de Vincent Price pero sin tanto asomo de elegancia. Pienso en lo que pensaría el gran Vincent Price al verse citado en tan frívola comparación. Pienso también, porque con la panza revuelta las náuseas vienen en caravana, en las ausencias, en esas partículas invisibles que provocaron alguna vez que Chopin desbordara su tristeza sobre marfil y roble mientras George Sand, no tan lejos, pero sin poder ser avistada desde una ventana desnuda, recogía flores y mataba ranas en una playa cuyo nombre no recuerdo. Ay, y pienso en las melancolías guardadas en las páginas en blanco y en los buzones vacíos y en las calles de Berlín bañadas de vampiros. Pienso en las traiciones y los surcos que dejan en el cuerpo, y a veces también en el alma. Pienso en el tiempo que he dejado de escribir y en el precio que tendré que pagar por ello. Hoy serán la revolución intestinal y la humillante indiferencia del antiácido. Mañana quién sabe. Ya pensaré en ello mientras me acerque a la orilla de un domingo sin fondo.
Y entonces caeré.

Thursday, April 20, 2006

Fin de Capítulo

Pensé que al tiempo, cuando el sosiego me atrapara por los pies, te dedicaría unas líneas. "Después de mi cumpleaños, serás lo que más merece la pena. Lo que me regresará a escribir", te prometí al tiempo que guardaba lo más que podía en la gaveta gris. Te observé desde el que era mi balcón en la última madrugada. Tabaco en labios, a la Humprey Bogart, meneando las manos como tiranosaurio-rex en celo, y consciente de que por fin estábamos a solas, te supe decir adiós como los grandes, sin derramar una sola lágrima. Nunca pensé que nuestro romance duraría tanto. Dos años y medio de relativa estabilidad es demasiado para una "mina de gambas abiertas", para una casquivana de tres duros, para una puta que se dobla en cada esquina por amor, risa o dolor, por enfermedad o envenenamiento, pero se dobla. O por lo menos así pensaba de ti cada vez que te ponías exigente. Cada vez que me arañabas la cara y el alma. "No, no va por ahí profesor", te cansaste de repetirme a cada primavera que se hacía verano y luego invierno pero al final, ya que me veías cansado, ya que te percatabas de que estaba a punto de arrojar la toalla ensagrentada, te volvías a poner el tutú azul o los ligueros anaranjados o el corsé de varilla francesa y abrías las piernas de nuevo, llevándome con suavidad al centro del todo o de la nada, que suelen ser la misma cosa. Si por mí fuera, me hubiera quedado dormido en tu sexo imposible e invisible para siempre. O no. Qué puedo decirte ya si al final lo que tuvimos merece al menos una canción, o un poema, o una película de bajo presupuesto con los créditos llenos de erratas. ¿Debo agradecerte? ¿Debo perdonarte? ¿Debo invocar tu piel con cada tristeza que tengo por delante? Quizá haga un poco de todo a ratos. Tal vez lo hago ya. Cada vez que pronuncio tu nombre y te dedico un simple y mecánico Adeu. O un hasta luego, si el castellano te viene mejor.