Friday, November 12, 2004

Las Montañas

El escenario se antoja irrepetible, o no, más bien se percibe cíclico, como las leyendas y los malos ratos. Es una carretera sin nombre en una fecha inexacta. Los protagonistas son cuatro, dos en la parte delantera del auto y dos sentados atrás. Una, la madre, duerme. El infante que ya sabe hablar y que a diferencia del otro, que apenas balbucea y nació y morirá refunfuñando, es más bien regordete. Lleva quién sabe cuánto tiempo tocándose las mejillas encendidas, siempre encendidas, y de pronto empieza a llorar sin muestras de querer detenerse nunca. El padre, tal vez por instinto o por simple piedad, le pregunta los porqués de su sufrimiento y aquél contesta: "Es que las montañas se caerán sobre nosotros". El progenitor, con la paciencia de una carmelita internada en un leprosario asiático, le responde que de ninguna manera, que no pasará nada, pero el infante cachetón no entiende, no comprende aquella contestación proveniente de una hebra del cerebro que aún no ha desarrollado y que quizá persistirá atrofiado por lo menos por treinta años más, por lo que el sutil llanto de repente se transforma en una producción industrial de lágrimas. El padre mira entonces a la madre, con ganas de que su dulzura supla el Cro-Magnon que trae dentro y que le sirve cazar mamuts o conducir, pero, para su desgracia y debido a un agotamiento insalvable (y justificable), ella queda descartada por de faul. El adulto sabe entonces que justo allí y en medio de esa tarde que ya empieza a oscurecer, ha quedado tan solo como un correcaminos desplumado, y piensa... piensa como si sólo hubiese nacido para eso, como si el cogito ergo sum hubiese sido formulado por él en una noche de insomnio. Si de algo sabe y mucho es de ingeniería, de cuerpos que se convierten en masas y que obedecen a leyes físicas y de manzanas que rebotan en testas empelucadas. Entonces no lo medita ni cinco segundos más y decide apagar el coche y prender la luz empotrada en su techo de piel, y como si se tratara de una lección universitaria, explica a su hijo, a base de ecuaciones ininteligibles para un gordito de tres años obsesionado con el inestable bigote de Steve Austin, las razones científicas por las cuales sería imposible que el jeep '77 podría ser sepultado por un montón de tierra húmeda. El nene escucha atento y asiente, hasta que el último movimiento de cabeza lo vuelve a sumir en el sueño.


Wednesday, November 10, 2004

Berlín

Justo antes de salir de aquí, de esta Barcelona que, por razones que desconozco del todo, se empezó a vestir de forma un poco insípida, con trajes grises y sombreros de señora gorda y corbatines de rombo y suéteres de César Costa, me dio por cuestionar esa extraña relación, más de cómplices aturdidos que de verdaderos compinches, que tienen los gatos con los escusados. El felino que habitó por unos meses esta casa, tenía la extraña manía de no agotar su inquietante mirada hasta que los remolinos de agua terminaban su aséptica tarea, como si esperara una respuesta o como si fuese a dirigir una pregunta, o quizá como si con esa labor asegurara la permanencia de sus siete vidas. Y fue así que durante el vuelo a Berlín no pude meditar en otra cosa más que en esos círculos de agua y en esos ojos de gato que nunca se cansan, y de allí, como tras salto cuántico, pensé en mis miedos que nunca supe si, de ser posible, serían de los que se resbalarían por la porcelana hasta perderse en un infinito imposible, o quedarían perennes del otro lado, incrustados en un par de pupilas que se abren y se cierran como alas de mariposa y trompos rotos. Después de una semana no ha habido grandes cambios, la duda sigue y mis miedos, al igual que los de los perdedores y fracasados, y como la de los exitosos y la de los niños frente a resbaladillas afiladas como dientes, no se deciden a saltar al vacío o asumirse como glóbulos oculares que serán auscultados y limpiados hasta el fin por garras peludas. Sin embargo, ahora tampoco me importa demasiado, no después de nadar por el jugoso frío de esa Berlín en la que tantos y tantos miedos se han sumado en ecuación incomprensible, críptica. Por eso allá no tuve otra que considerarme una cifra más, adherir mis temores a los que revolvieron por algún tiempo los estómagos de miles de rostros pálidos y cabellos rubios, los mismos que sacudieron las entrañas de Kurt Weill y Bowie y Reed, los que en silencio se estacionan en el vientre de Eva Reichert, los que precisamente ahora siguen saltando, jubilosos, como si el viaje les hubiera sentado bien, entre mi páncreas y mi hígado. Entre tanto movimiento, hasta pareciera que hemos logrado una pequeña reconciliación… por lo menos por el momento.
Danke

Monday, November 01, 2004

Mañana

Hice todo por encontrar un archivo que había dejado pendiente y que las prisas no me dejaron terminar. Creo que lo había escrito sábado, la verdad no lo recuerdo bien. Lo que sí sé es que nunca lo hallé. Mejor, estaba repleto, para no variar, de letras un tanto tristes y también odiosas. La culpa la tienen, como casi siempre, las ausencias y los astros mordidos como manzanas y las explicaciones a medias. Y también esta cabeza y este cuerpo y esta Barcelona en la que no para de llover.
Pero Mañana todo se borra. Todo se termina, todo inicia.
Mañana el sol se reirá de mí y un poco del mundo entero,
desde Berlín.
Desde Berlín…