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Hablemos de reconciliaciones. Hablemos de un todo y nada sumados, multiplicados y divididos. Sí, hablemos de divisiones, de disecciones y de paseos rotos, de sueños aplastados en una prensa que es como un párpado. Hablemos de nuestro otro Yo o de nuestros otros Yos, de los que sienten que se caen de la silla cuando escuchan Fade Out de Radiohead y de los que se inundan de tristeza nada más porque sí, porque el día se tragó a la noche sin avisar y porque los patos no vuelan por aquí y porque la muerte o la idea de muerte, no deja de agotarles y complacerles. Hablemos de cómo un día todo parece ser vano, la última línea de un poeta suicida o la última palabra pronunciada por el único individuo que, inmerso en el futuro de los futuros, poblará este mundo. Hablemos de cómo el sin sentido da piruetas imprevisibles en el aire para verse de lejos, marometas que lo arrancan de sí mismo, que lo voltean con tal fuerza y velocidad que le permiten mirar su reflejo en un hueco de aire, quizá una ráfaga, todo sea con tal de oler unos cabellos rubios que tejen esperanzas o arrancar del abismo un recuerdo de papá, o de lo bueno que era colocar la cabeza en una de las axilas de papá cuando los días carecían de nombre. Hablemos de los Yos tristes que no comprendo y que se me aparecen en los espejos de cuando en cuando. Inútil es negarlos o rechazar aquella fila enorme que forman en ciertos días, en ciertos minutos. No tiene caso negar al Carlos Jesús o a los Carlos Jesús melancólicos que se hallan sumidos en apacibles letargos, hibernando como los osos, las nutrias y los corazones rotos.
Yo no quiero estar ahí cuando abra o abran sus ojos.
De verdad que no.
De cualquier forma, por eso empecé hablando de reconciliaciones.
Porque nunca se sabe.
Yo no quiero estar ahí cuando abra o abran sus ojos.
De verdad que no.
De cualquier forma, por eso empecé hablando de reconciliaciones.
Porque nunca se sabe.