Friday, January 28, 2005

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Hablemos de reconciliaciones. Hablemos de un todo y nada sumados, multiplicados y divididos. Sí, hablemos de divisiones, de disecciones y de paseos rotos, de sueños aplastados en una prensa que es como un párpado. Hablemos de nuestro otro Yo o de nuestros otros Yos, de los que sienten que se caen de la silla cuando escuchan Fade Out de Radiohead y de los que se inundan de tristeza nada más porque sí, porque el día se tragó a la noche sin avisar y porque los patos no vuelan por aquí y porque la muerte o la idea de muerte, no deja de agotarles y complacerles. Hablemos de cómo un día todo parece ser vano, la última línea de un poeta suicida o la última palabra pronunciada por el único individuo que, inmerso en el futuro de los futuros, poblará este mundo. Hablemos de cómo el sin sentido da piruetas imprevisibles en el aire para verse de lejos, marometas que lo arrancan de sí mismo, que lo voltean con tal fuerza y velocidad que le permiten mirar su reflejo en un hueco de aire, quizá una ráfaga, todo sea con tal de oler unos cabellos rubios que tejen esperanzas o arrancar del abismo un recuerdo de papá, o de lo bueno que era colocar la cabeza en una de las axilas de papá cuando los días carecían de nombre. Hablemos de los Yos tristes que no comprendo y que se me aparecen en los espejos de cuando en cuando. Inútil es negarlos o rechazar aquella fila enorme que forman en ciertos días, en ciertos minutos. No tiene caso negar al Carlos Jesús o a los Carlos Jesús melancólicos que se hallan sumidos en apacibles letargos, hibernando como los osos, las nutrias y los corazones rotos.
Yo no quiero estar ahí cuando abra o abran sus ojos.
De verdad que no.
De cualquier forma, por eso empecé hablando de reconciliaciones.
Porque nunca se sabe.

Tuesday, January 25, 2005

Regresar y esperar

No sé a qué temerle más, si a los regresos o a las esperas. Los primeros son como películas rusas llenas de tragedia y de hermosura, citas en donde el llanto y la belleza son la misma cosa, abejas obreras que se siguen la una a la otra en el mismo panal. La espera es más semejante a una cinta de Wong Kar-wai, o para ser más exactos, una secuencia de remaches extraídos de las cámaras lentas con que Kar-wai muestra y reviste las esperas, o también pueden ser una persona rodeada de espinas, o más bien, las espinas mudas que atestiguan la forma en la que aquel individuo al que apuntan dibuja círculos en el suelo, círculos que, en vez de seguirse el uno al otro, como las abejas reinas, se confrontan como queriendo explotar sobre sí mismos, como si inútilmente quisieran borrar una figura que, al final, será el único signo inequívoco de que son hechas por alguien dotado de vida. Quizá, después de todo, tanto esperas como regresos son pequeños vómitos de existencia, secretos que huelen a rincón y que son guardados para siempre en imperfectos agujeros que no terminan de cicatrizar en el cutis de algunas montañas y templos. Hoy mismo yo confesé algo, a media voz, dentro de uno de esos diminutos abismos, lo que dije tenía que ver con esperas y regresos. Hoy espero y regreso. Hoy regreso para esperar, o espero para regresar.
Da lo mismo.

Monday, January 03, 2005

El Regreso

Justo ahora me encuentro esperando a que Nico, un amigo italiano al que, si me va bien, veo cada año, toque con su índice importado de Turín la puerta de mi casa. Mientras, pienso, o creo que pienso, o quiero pensar que pienso en el año que acaba de pasar y que todavía, a ratos y sobre todo por las noches, me sigue mordiendo los tobillos. Quiero creer que, como siempre, eso de los propósitos de año nuevo es una estupidez hermosa, como la figura de un arlequín en la cumbre nevada de un pastel, y que la semana que acaba de celebrar un rápido funeral ha sido una de las mejores de mi vida. Pretendo aprender a maldecir en alemán y regresar a estas palabras rotas y seguir llorando por el frío y con el frío hasta agotarme. Me gustaría que mi México quebrado dejara de sangrar tanto y que también le pare la hemorragia a este mundo. Y quisiera seguir aquí, sumergido en estas letras que son como hormigas o como negativos de imágenes de mi vida o como las sombras de los dientes de un viejo, pero me voy. Un dedo índice, importado de Turín, toca a mi puerta, y la noche de hoy es demasiado hermosa como para hablar de esa pequeña existencia que a todos, que a varios, nos fue arrebatada por un tsunami del tamaño de un infierno. Por eso quiero terminar pensando que desde hoy y para siempre, a los infiernos habrá que apagarlos con fuego